Columnas
La “empatía” es una capacidad desarrollada por el ser humano a través de su experiencia en el mundo. La experiencia, referida a la información discernida, que comenzó a través del contacto corporal con los sentidos. Existe información simple, que nosotros vinculamos con experiencias previas, o complejas, que no necesariamente tenemos que experimentar físicamente, porque podemos teóricamente abstraer.
Referente a lo complejo, hay tal cantidad de información que jamás fue vivida por nosotros, por ejemplo, la inanición de los traidores númidas cuando Almícar Barca derrota a los sublevados de Cartago, en esa maravillosa descripción de Salambó, del literato decimonónico Flaubert, o del mismo autor, el desastroso endeudamiento de Madame Bovary llevando al suicidio de la protagonista. Ambos son acontecimientos no experimentados, que nos han legado un conocimiento de la vida, vía teórica.
Ese acontecer vívido que ya no sale del alma humana; que uno recuerda con todo ese desprecio que nos pueden parecer los siempre repugnantes traidores, como Flaubert pretende imprimir en medio de la angustia de la República Púnica recién derrotada Roma, o el enojo que solamente tiene par cuando queremos gritar a esa ingrata derrochadora de Bovary que: ¡por amor de Dios, ya deja de gastar, infeliz!
La realista impronta tejida gracias a la imaginación, donde se entremezclan sentimientos de todo tipo, es lo que configura a la empatía. Sin el poder de las artes y la predisposición del lector, sería imposible que se diera. Para la educación, las letras, no son simple ornamento, sino constituyen parte nodal de su sentido humanizante. Con las letras encarnamos a cada personaje, sumando experiencias y sensibilidad frente a los problemas que nos hacen más receptivos a los otros, más propensos a entenderlos en su diversidad y, quizá, más condescendientes ante sus problemas. Entendemos que la vida de cada persona es un hecho irremplazable y absoluto, que las letras pusieron frente a nuestros ojos. Nadie carente de esa facultad lectora, y que haya fortalecido su capacidad empática, puede decirse realmente educado, y esa pobreza espiritual tendrá consecuencias que pueden dañar a particulares o a sociedades completas.
Es así como damos cuenta de que el gran problema del señor Gerardo Fernández Noroña -accidente senatorial-, a propósito de su mitológica antipatía, tiene que ver con su incompleta formación. Al menospreciar de la brutal forma que el mentado hizo, a las dignisimas señoras que forman el contingente de madres buscadoras, quienes solamente merecen cariño, admiración y respeto, las palabras del sujeto mencionado exponen la desgracia de nuestro México ensangrentado, y el pináculo del fracaso educativo nacional. Noroña debe de quedar labrado en la mente de cada gente de bien, como el arquetipo mismo de las consecuencias de jamás haber desarrollado la empatía hacia los ciudadanos que él juramentó defender.