Esta semana, Diego Armando Maradona, ídolo del futbol sudamericano, falleció a la edad de 60 años como consecuencia de un paro cardiorrespiratorio. El gobierno argentino declaró tres días de luto nacional y celebraron las exequias de “El 10” en la Casa Rosada. Fue tratado como todo un héroe; sin embargo, ¿puede considerarse heroico un hombre que reiteradamente agredió a la prensa, con antecedentes de violencia intrafamiliar, y que presumía de su cercanía con las dictaduras castrista, chavista y de Nicolás Maduro?
En México, en la misma semana en que el astro gaucho falleció, lo hizo también el Doctor José Manuel Mireles Valverde, el controvertido exlíder de las autodefensas michoacanas, a quien el régimen de Peña Nieto encarcelaría por tres años a manera de vindicta. Sin embargo, el propio Mireles, en los últimos años, evidenció su misoginia y machismo en varias de sus declaraciones, al calificar en 2019 de “pirujas” y “nalguitas” a las parejas de los derechohabientes del ISSSTE, y por sostener una relación amorosa con una menor de edad, con quien contraería nupcias a los 62 años y teniendo esta 21, tras cinco años previos de relación, ¿indicios de pedofilia, quizás?
Recientemente, fue publicado el “Informe McCarrick”, relativo a la investigación que realizó el Estado Vaticano sobre el ex cardenal y arzobispo de Washington, Theodore McCarrick, y mediante el cual se comprobó que éste había abusado sexualmente de varios menores edad y adultos seminaristas durante décadas. El informe, entre muchos otros datos, destaca que fue el Papa Juan Pablo II, por cierto, fue canonizado en 2014, el que ocultó y desestimó las investigaciones en contra de McCarrick, encubriéndolo y promoviéndolo el resto de su papado. ¿Puede ser santo un hombre que promovió y encubrió a pederastas y violadores dentro de la Iglesia?
En una sociedad ausente de liderazgos congruentes y ante la crisis política y social que el mundo enfrenta, resulta fácil montar historias de falso heroísmo sobre personas que, en otro contexto, serían condenables y hasta repudiables. Primar banalidades como el futbol, la estampa revolucionaria o la falsa santidad, sobre la entereza de las acciones, es el inicio de una falsa idolatría que puede ser peligrosa para cualquier sociedad.
En 2018, hartos de la impunidad y la corrupción, el discurso de “por el bien de todos, primero los pobres”, llevó a López Obrador a arrasar históricamente en los comicios nacionales, bajo la idea de que un gobierno de izquierda por fin vería el ascenso en México. Sin embargo, a poco más de dos años de gestión, esta falsa izquierda ha gobernado como la más recalcitrante derecha. ¿Acaso se idealizó a un movimiento progresista que nunca lo fue?
Tenía razón José Martí, prócer de la revolución cubana, al afirmar que “la crítica es el ejercicio del criterio: destruye los ídolos falsos, pero conserva en todo su fulgor a los dioses verdaderos”. Difícil, pero necesaria acción.