Si en algo se parecen las tres grandes transformaciones a las que se hace continuamente referencia en esta nueva etapa histórica del país, es que ninguna de ellas erradicó al abuso como una característica nacional.
En el México de 2020, al igual que en el de 1810, en el de 1856 o en el de 1910, todos los días, a todas horas, se encuentran ejemplos de abuso, de disparidad, de desigualdad, lo que se explica porque el nuestro ha sido y sigue siendo un país en el que la injusticia permanece intocada.
Las mujeres, las y los niños, las y los adultos mayores, las personas pobres, las y los indígenas, siguen siendo frecuentemente sujetos a tratos abusivos por aquellos que tienen más poder físico, económico, político o social. El poder, en cualquiera de sus manifestaciones, sigue monopolizando el ejercicio del abuso.
Las esquinas son, como siempre, de quien se las apropia y las calles no necesariamente de quienes las caminan sino de quien las transita, preferentemente en vehículos de lujo. Juzgados y tribunales siguen como siempre, ausentes y lejanos, prácticamente inaccesibles para quien sufre injusticia, alejando con su lejanía la posibilidad de corregir abusos.
En muchas zonas del país, ni las carreteras ni las vías de comunicación pertenecen a viajeros, paseantes o pasajeros, sino a delincuentes organizados que asolan los caminos y los transportes, tal como acostumbraban hacerlo los bandidos en Río Frío.
Pasamos de un régimen autoritario e injusto diseñado y administrado por conquistadores, a un régimen autoritario e injusto cuyo dominio se sucedieron los criollos católicos, los porfiristas, los generales que ganaron la Revolución y sus cachorros civiles y los delincuentes organizados que aprovecharon las ventajas de una economía abierta, salvaje, poco regulada y hecha para el agandalle.
Digamos que cada una de las tres transformaciones que el país ha transitado de acuerdo con la narrativa en boga, sirvió para pasar en forma secuencial de una monarquía abusiva, católica intolerante a otras religiones y formas de pensar; a un régimen republicano y convulso también abusivo, católico e intolerante a otras formas de pensar; a una dictadura abusiva e intolerante a otras formas de pensar; a la dictablanda abusiva del régimen hegemónico (1920-2018), también intolerante a otras formas de pensar. Desde esta perspectiva, no resulta extraño que el régimen surgido de la Revolución de 1910, contra lo que muchos de sus iniciadores querían, terminó preservando linajes económicos y sociales pre-revolucionarios, muchos de los cuales gozan de cabal salud.
Razones abundan para explicar el fracaso coincidente y consistente que hermana a las tres transformaciones anteriores a la que ahora se anuncia y que construyeron el país de más de 50 millones de pobres en el que vivimos.
Bajo esa óptica, lo peor que podría pasarle a la llamada 4T sería repetir la dosis y preservar la injusticia endémica que ha caracterizado al país desde la colonia y que no tiene otro denominador común que el abuso de los fuertes en perjuicio de las y los débiles, el cual se ancla, fundamentalmente, en la intolerancia a las ideas que son diferentes. Por desgracia, habrá de pasar tiempo antes de saberlo.
Agradezco mucho la invitación para poder publicar semanalmente en este espacio. Pienso sacarle el mayor provecho posible.