Xi Jinping, el hombre fuerte de China, tiene una obsesión: recuperar Taiwán a como de lugar. “La reunificación completa de nuestro país puede conseguirse y se conseguirá", dijo el pasado sábado, y como queriendo ser (según él) tranquilizador, y a pesar del constante incremento del acoso militar a la isla, afirmó su preferencia por una “reunificación pacífica de acuerdo al interés de la nación china, incluidos nuestros compatriotas de Taiwán". Recordó el ofrecimiento de instaurar el marco de “un país, dos sistemas” mediante el cual Taiwán se beneficiaría de un amplio margen de autonomía, pero bajo la indiscutible soberanía de Pekín. También, y como suelen hacerlo algunos gobernantes populistas actuales, invitó a los taiwaneses a “ponerse en el lado correcto de la historia". Eso sí, advirtió de “un terrible final” para quienes promocionan la independencia de Taiwán “olvidando su herencia y traicionando a la Madre Patria”, los cuales “Serán despreciados por el pueblo y condenados por la historia” (¡siempre la Historia!).
Desde mediados de los años noventa Taiwán se ha convertido en una vibrante democracia, con una economía boyante abierta al comercio internacional, la número 22 del mundo en cuanto a tamaño. Los altos ingresos per cápita de sus habitantes son altos, las ciudades son magníficas, el nivel educativo es uno de los mejores del mundo y la empresa privada es altamente competitiva. Pero por sobre todas las cosas, Taiwán es prueba fehaciente de la posibilidad de coexistencia entre los valores tradicionales del oriente asiático y la democracia liberal. Incluso este país avanza en el perfeccionamiento de una democracia digital participativa. Desde la elección de la actual presidenta Tsai In-wen en 2014 se han puesto en marcha varias herramientas digitales para impulsar la concurrencia ciudadana en la gobernanza del país. Entre ellas destaca la plataforma nacional V Taiwan, la aplicación de votación digital en la ciudad de Taipei (I voting) y la iniciativa JOIN, centrada en promover el concurso popular en la creación de legislación.
No puede compararse la calidad de vida y de oportunidades de desarrollo personal de los taiwaneses frente a la de los chinos promedio del territorio continental, y todo eso en un marco de libertades impensables en China comunista, donde la censura y los métodos de control son cada vez más rigurosos. Por eso Xi ve a Taiwán como una amenaza existencial en una época donde el modelo autoritario chino busca imponerse en su competencia frente a las sociedades abiertas de Occidente. Y por eso estaría dispuesto a llegar a la guerra en su obcecación por someter a la isla rebelde. Se ve a sí mismo como una gran figura histórica llamada a completar la misión de los otros dos sobresalientes líderes chinos, Mao Zedong y Deng Xiaoping.