Benjamín Barajas
El Premio de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara correspondió, en 2006, al ensayista, crítico y cronista Carlos Monsiváis y, con este motivo, se pronunciaron sendos discursos; el primero fue para la presentación del galardonado, a cargo del ilustre poeta José Emilio Pacheco y el segundo estuvo a cargo del propio Monsiváis. El producto de ambas alocuciones se publicó en la editorial Anagrama, bajo el título de Las alusiones perdidas, el cual connota una crítica a la pérdida de la memoria y al olvido de las referencias contextuales, que debieran poseer las personas de mediana instrucción.
En la obra, Monsiváis habla en nombre de los lectores de la cultura planetaria; la cual hunde sus raíces en libros fundamentales como la Biblia, el Ramayana o el Popol Vuh y en autores clásicos renacentistas como Dante, Shakespeare, Cervantes, quienes configuraron su árbol genealógico de lector (y escritor). El autor abreva en los relatos bíblicos y en los escritores del barroco español e hispanoamericano, sin olvidar a los poetas del modernismo del siglo XIX; recuerda a Darío, José Martí, Gutiérrez Nájera, entre otros, y valora la poesía como un elemento educativo fundamental. Escribe: “La poesía leída y memorizada en la infancia y la adolescencia favorece también el sentido del ritmo, ese acervo acústico que si no se cultiva se extingue para dar paso a la sordera.”
Para Monsiváis, la posmodernidad ha logrado unir la barbarie y la civilización bajo el influjo de las nuevas tecnologías, las cuales restan importancia a la memoria y están sujetas a la obsolescencia, al reciclaje o el desecho permanente. La velocidad lo impregna todo, la satisfacción de los deseos momentáneos debe concretarse de acuerdo con las leyes del consumo, que lo mismo incluyen productos materiales o culturales; de esta manera la literatura se realiza en los bestsellers y los libros de autoayuda. Monsiváis reconoce el éxito en ventas de Paulo Coelho y Carlos Cuauhtémoc Sánchez.
Este orden de cosas se debe, según nuestro autor, al fracaso de la escuela, al atraso de sus programas de estudio y, sobre todo, porque a partir de los años setenta se disminuyeron los contenidos humanistas, cuyo efecto negativo se observa en el bajo índice de lectores y también de escritores, pues se ha hecho a un lado la vieja prédica de escribir bien, y el periodismo escrito ha perdido terreno frente a los medios electrónicos. Para nuestro cronista, los causantes del desastre son los sistemas educativos público y privado, y también el magisterio.
Sin embargo, debemos recordar que tanto la lectura como la escritura son prácticas sociales que, si bien, tienen su epicentro en las escuelas van mucho más allá de ellas y de los maestros, como lo expresa con toda claridad Jean Foucambert en su obra Cómo ser lector. Hoy se lee mucho más que en el pasado. Habría que hacer énfasis, sin embargo, en la calidad de la comprensión lectora.