Columnas
Regreso a escribir desde uno de esos sitios de amor que inspiran mi vida: mi hermano. Hace unos meses, me vi en la necesidad de buscarlo. Viví momentos como los que muchas familias de este país enfrentan cuando su ser querido no regresa a casa: angustia, ansiedad, desesperación, dolor. No le deseo a nadie la angustia de saber desaparecido a un ser amado.
Vivimos tiempos de convulsión social, pero también de oportunidad. De transformar nuestro entorno, nuestras familias y a nosotras mismas. Sin embargo, cada día las noticias nos recuerdan la magnitud de la tragedia: más desaparecidos, más fosas clandestinas, cientos de zapatos y pertenencias abandonadas. Familias que lo único que exigen es la verdad. Saber qué pasó.
Eduardo Galeano escribió alguna vez: “Desaparecidos: los muertos sin tumba, las tumbas sin nombre. Y también: los bosques nativos, las estrellas en la noche de las ciudades, el aroma de las flores, el sabor de las frutas, las cartas escritas a mano, los viejos cafés donde había tiempo para perder el tiempo, el fútbol de la calle, el derecho a caminar, el derecho a respirar, los empleos seguros, las jubilaciones seguras, las casas sin rejas, las puertas sin cerradura, el sentido comunitario y el sentido común”.
En este país, la desaparición forzada es un dolor que cala hasta los huesos. Detrás de cada cifra, hay nombres, historias, sueños truncados y familias deshechas. Son madres, padres, hermanas y hermanos que cada día buscan respuestas. Mujeres incansables que recorren caminos en busca de indicios, que excavan con sus propias manos, desafiando la indiferencia y la negligencia.
Ante esta realidad, la presidenta ha anunciado seis acciones inmediatas para enfrentar la desaparición forzada. Estas incluyen el fortalecimiento institucional y tecnológico de la Comisión Nacional de Búsqueda, la incorporación de protocolos para alertas de búsqueda inmediata en todas las corporaciones y entidades del país, la equiparación del delito de desaparición al de secuestro con penas y procedimientos homologados, la publicación mensual de cifras de carpetas de investigación y el refuerzo de la Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas.
Estas medidas son un avance, pero el reto es inmenso. La exigencia de justicia y verdad no cesa. Es urgente construir un Estado que priorice la vida, que escuche y acompañe a las familias buscadoras, que garantice la no repetición y combata la impunidad.
Como sociedad, también debemos asumir nuestra responsabilidad. No podemos permitir que el horror se normalice. Cada persona desaparecida merece ser buscada, nombrada y recordada. Debemos mirar a los ojos de quienes buscan y reconocer su dignidad, su lucha y su dolor.
Hoy escribo desde el amor y la memoria. Porque cada vida importa y cada ausencia duele. Que nuestras palabras y acciones sean puentes para la empatía y la solidaridad.
Recordemos que, como dice el principio filosófico sudafricano del Ubuntu: “Yo soy porque nosotros somos”. Hoy existo porque ustedes existen. Y en esa existencia compartida, debemos encontrar la fuerza para exigir justicia, verdad y paz.