Iconoclastia es como se le llama a la destrucción de símbolos identitarios fundamentales de una sociedad. Encarnaciones de identidad; de principios del desarrollo histórico de los pueblos. Los símbolos de un país, son la esencia del país mismo, y atentar en contra de ellos implica ofender el origen común.
No dejan de sorprender los llamados en las redes sociales para justificar, e incluso alentar a las iconoclastas, pues asumen que la causa de su exigencia, hace irremediable la destrucción del patrimonio común. Estos llamados no gozarían de mayor eco, sino se hubieran traducido en el enorme expediente de violencia del espacio público, y la agresión en contra de ciudadanos que no se encuentran a favor de semejante ola destructiva, pues creen que los derechos de unas personas están por encima del de otras. En esos derechos incorporemos la integridad física y emocional, así como el patrimonio privado que las iconoclastas también han dañado.
Los principios justificatorios de la iconoclastia prontamente comienzan a tropezar:
Es una petición de principio. Decir que la destrucción de los símbolos es la única forma de hacer visible la tragedia de la violencia en contra de las mujeres, es falaz. Las solas expresiones públicas multitudinarias han gozado desde el principio de un amplio apoyo social. Quizá fuera del presidente de la República y de su séquito comisarial, nadie en su sano juicio se atrevería a menospreciar la lucha por el respeto de todas las mujeres lastimadas. En sí misma la causa está justificada y será defendida.
Es una falsa analogía. Esta noción presume una comparación entre elementos que nada tienen que ver. Por ejemplo, es común la cantidad de imágenes que comparan conflictos sociales, con la causa feminista. Decir que los daños a la Bastilla o la toma de Berlín, son comparables al movimiento tratado, es un sinsentido. Los símbolos presentados se encuentran descontextualizados torpemente, y más bien nos remiten a una terrible ignorancia de la historia. La violencia revolucionaria y guerrera representadas, se dan en el marco de un conflicto entre oposiciones incuestionables. La toma de Berlín se da entre dos ejércitos enemigos inconciliables, cosa fuera de la realidad de un movimiento que ni es una guerra, ni tiene oposición social que saque soldados escondidos dentro de monumentos.
La petición de principio y falsa analogía son falacias, errores lógicos que denuncian un razonamiento incorrecto. A todos nos debe de preocupar un discurso con el que además no se identifica el grueso de dignísimas luchadoras. El peligro de semejante propagación es un tiro de gracia al propio movimiento, sienta los precedentes perfectos para justificar la insensibilidad presidencial, o de que las respuestas sociales a semejante expresión, resulten en otros fanatismos que contesten a “su manera” el radicalismo. Eso sí sería la toma de Berlín.