Columnas
En la vida pública de México, insultar se ha vuelto tan normal como respirar, y eso en la historia de la humanidad siempre ha generado consecuencias nefastas, beneficiando algunos y, casi siempre, afectando a todos.
Cualquier jefe de estado que insulte impunemente en la cotidianidad a quienes disiente de su forma de gobernar, es una muy mala noticia para todos; porque debe conciliar, tender puentes, escuchar el disenso y construir acuerdos; ¿o acaso sólo quienes lo han votado tienen derechos? La respuesta es un contundente no.
Por ello, los “revolucionarios”, los “guerrilleros”, los “militares” no creen en la democracia liberal de elecciones periódicas con pesos y contrapesos. Ellos imponen su visión del mundo a golpe de las armas contras los gobiernos en turno. Así cayeron, por ejemplo, las dictaduras en Cuba y Nicaragua, para suplirse por regímenes más represores que susantecesores. Y hace décadas, los militares sudamericanos impusieron su ley a sangre y fuego, derrocando a Allende en Chile o a las democracias en Brasil y Argentina. Pero hoy, la democracia en Chile le ha preguntado dos veces su ciudadanía la constitución que desea, y en ambas ha sido rechazada: primero porque fue considerada muy a la izquierda, la segunda muy a la derecha, y ahora van por un tercer borrador. Pero todo, dentro del régimen constitucional democrático. Ningún grupo político ahí osaría decir que sólo ellos “representan al pueblo”, porque saben el costo humano de una dictadura.
Que quede claro, todas las sociedades tenemos nuestras diferencias, y han sido los sistemas democráticos sujetos a constituciones escritas con división de poderes los que han permitido las libertades que hoy nos parecen normales, pero que no siempre lo han sido; poque respetar y promover los derechos de las minorías no es someterse a la agenda “woke”, sino contribuir a una sociedad más tolerante, incluyente y participativa. No es lo mismo un sistema democrático de contrapesos, que una dictadura de las “mayorías”, que impongan su visión del mundo al resto de la población.
Quienes se ufanan de ser los auténticos “representantes del pueblo”, se les olvida que el poder que se les otorgó en alguna elección, mañana se les podrá revocar; que las personas y sociedades cambiamos de parecer, y lo que hace unos años nos parecía una atractiva agenda pública; hoy puede ser sólo saliva para los mismos millones de personas que los votaron. Porque dar “apoyos” con dinero del presupuesto público al que todos contribuimos, a cambio de amenazar o chantajear a la ciudadanía más pobre y vulnerable, es una canalla propia del padre alcohólico que golpea a su esposa e hijos porque “él los mantiene”.
Porque las palabras pesan, pero las acciones más, exijamos un debate público para resolver los problemas que a todos nos preocupan, como lo es la violencia, la inflación, el desempleo y la sequía. Quien insulta tiene más rencor que soluciones.