Las crisis consolidan el escaparate de los liderazgos. Como un ritual sacrifical, el destino ofrece su sanción, y en un auto de fe se purifican las sociedades a través de rituales en donde la conciencia de finitud se entremezcla con el renacimiento de la esperanza. Cuando son las llamas las que consumen el mundo conocido, al menos patentiza el devenir, no sin causar miedos u asombros, reconociendo las facultades que nos han hecho a los seres humanos una especie repleta de zagas portentosas que conforman nuestra identidad, logrando un equilibrio dignificante.
Cuando en plena guerra púnica, Aníbal, el caudillo cartaginés, cruzó los Apeninos y los Alpes con un ejército que llevaba elefantes traídos a Europa desde África, puso en jaque a la gloriosa república romana, a punto de tomar la soberbia Urbs. En una jugada maestra, los restos de las legiones romanas lideradas por Escipión, se embarcaron rumbo a África: si caía Roma, Cartago sería destruida. Escipión obligó al africano a abandonar Italia, reconfigurando la guerra en donde los latinos perdieron tantos recursos como quizá en ningún conflicto previo habían apostado. Años de lucha y de desgaste, nada pudo cerrar la herida de Zama donde las legiones perdieron a la crema de la élite patricia. Roma se bañó en sangre y jamás volvió a ser la misma. En una serie de juegos de estrategia terminó destruyendo a su rival y resurgiendo como la innegable potencia del Mediterráneo antiguo por casi seis siglos más.
Valor en la lucha, fuerza en la batalla, frialdad y ante todo… confianza en los liderazgos que inspiraron a las legiones para no ser destruidas por sus propios y muy justificados temores. Maquiavelo siempre reconocerá que la diferencia entre púnicos y romanos se sustentó en la conformación de los ejércitos: los ricos semitas contrataban mercenarios, como los númidas, los romanos, a sus propios ciudadanos, como aquella sentencia del oráculo de Delfos en la guerra con Persia que ante la cuestión de cómo defender Atenas exclamó que los muros de madera la protegerían. Los muros referidos serían los barcos de la flota ática conducidos por sus propios ciudadanos, enfrentando y destruyendo en Maratón a un ejército de esclavos al servicio de su tiránico déspota.
La fuerza de las sociedades es la garantía frente a las amenazas, son los ciudadanos los muros de las naciones, y solamente ellos nos permitirán lidiar con la crisis económica que, como tsunami tras el terremoto, devastará nuestras sociedades como en Zama se aplastara a las legiones. A pesar de la desgracia, la esperanza no debe desangrarse en la batalla. Los ciudadanos somos llamados a llevar sobre nuestras espaldas los costos de la pandemia, y como Eneas, llevando a su padre y el fuego de Troya, deberemos reencender el hogar cívico.