Nací en 1970, el año que Luis Echeverría llegó al poder. No tengo ningún recuerdo propio de aquellos años. Cuando salí de la primaria, Echeverría terminó su mandato, dejando en la Presidencia a su compadre José López Portillo. Lo que si tengo presente son los testimonios de amigos y conocidos, camaradas y compañeros de lucha, que en carne propia o de algún familiar fueron víctimas de la represión, asesinatos y desapariciones de esos oscuros años. Tragedias personales y manchas en la historia nacional.
Echeverría dejó como legado su complicidad en la matanza de 1968, cuando fue secretario de Gobernación. Como Presidente permanece impune su responsabilidad en la represión de 1971; en la guerra sucia en contra de la guerrilla, sea la Liga 23 de septiembre o los movimientos de Lucio Cabañas y Genaro Vázquez. Dejó el golpe a Excelsior y la desaparición de disidentes políticos. Echeverría tuvo sus ángeles de la muerte, Fernando Gutiérrez Barrios y Miguel Nazar Haro, uno refinado y perverso, el otro, un auténtico criminal. Las víctimas tuvieron la lucha incansable y valor de Rosario Ibarra de Piedra.
Con Echeverría terminó el desarrollo estabilizador. Acabó el proyecto de la Revolución Mexicana, llegó el endeudamiento, las devaluaciones, la inflación exponencial, los gastos inútiles y una corrupción desbordada. Quitó de Hacienda a los especialistas y encumbró al que sería su sucesor. En su gobierno, los empresarios también experimentaron un régimen de auténtico terror, expropiaciones injustificadas, extorsiones o corrupción.
La historia oficial condenó a Antonio López de Santa Anna y a Porfirio Díaz como los grandes traidores del pueblo, como los peores presidentes de México. Luis Echeverría lo fue aún más. Santa Anna hizo casi todo lo que dicen que hizo, pero también fue pieza clave en evitar los intentos de reconquista de Barradas; fue el principal defensor del país en la Primera Invasión Francesa y en la guerra con Estados Unidos. Porfirio Díaz fue un dictador, pero antes uno de los militares más destacados en la Segunda Invasión Francesa y la lucha en contra del Imperio de Maximiliano, al mismo nivel de Mariano Escobedo o Vicente Riva Palacios.
La biografía de Echeverría es una lista de mediocridad y ambición por el poder. Fue un “pinche burócrata”, como algún día lo definió Gustavo Díaz Ordaz. Luis Echeverría murió impune. Ninguno de los gobiernos pudo o quiso procesarlo.
Ante el autoritarismo de Echeverría la oposición tanto de izquierda como de derecha tuvieron que aprender a sobrevivir y lo hicieron. En su sexenio se sembraron las semillas de resistencia y organización que años más tarde salieron a la superficie por la vía pacífica y electoral en los movimientos sociales, sindicales y políticos de los años ochenta y noventa.
La política es de bronce.