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Más que un juego.

Más que un juego.

Columnas jueves 01 de diciembre de 2022 -

El fútbol no importa tanto como para pelearse a golpes con un extraño por una falta mal marcada, pero tampoco es tan frívolo como los intelectuales de huesos frágiles argumentan por necesidad. Y aplica para cualquier deporte.

El juego y la competencia organizada es, como han afirmado con agudeza Huizinga, Elías y otros, algo tan natural como la jerarquía en un grupo de mamíferos, y a la vez tan netamente humano como cualquier institución civilizada. Además de eso, construye identidades; por eso hay personas que organizan su semana, su mes o su salario, con base en el calendario de juegos de su equipo profesional (de soccer, baloncesto, lo que sea), y por eso también le compran a sus hijos no nacidos el mameluco de un equipo y no de otro. El placer que se siente al ver ganar al equipo que uno apoya, es real, y la tristeza (o el coraje) que se sufre cuando la camiseta es humillada, también.

Y en ese sentido, trivializar el deporte con acusaciones de activismo preparatoriano como de “mejor preocúpense por la inflación”, no sólo es arrogante sino torpe, porque revela una falta de comprensión de las motivaciones humanas, las necesidades, la pertenencia y la identidad, que no se construyen sólo de coyunturas e indignaciones semanales.

Creo que además, tomar partido, declarada o calladamente, es instintivo para los seres humanos. Más de una vez me he encontrado queriendo que un boxeador de pantaloncillo rojo noquee al de pantaloncillo dorado, aunque no sepa quién es ninguno de los dos, y apenas lleve 10 segundos viendo la pelea. Pasa. Con mayor razón, las competencias donde existe una representación nacional, tienen el poder de cambiar el ánimo de millones de personas, porque algo nos dice, aunque no podamos expresarlo, que lo que se está jugando ahí trasciende el partido; que lo que está pasando ahí es más que 22 personas pateando el balón de un lado a otro.

En el libro más inteligente que tiene, Eduardo Galeano habla de fútbol, y relata la historia de una selección improvisada de nazis, formada por Hitler en una Ucrania recién ocupada, para que enfrentaran al Dínamo de Kyev, el equipo más tradicional de ese entonces territorio soviético, y que a la fecha sigue siendo uno de los equipos más populares del este de Europa. La trama es muy cinematográfica, porque previsiblemente los agresores querían “demostrar” la supuesta superioridad racial y nacional en todo, y ganarle al que se consideraba el mejor equipo del territorio recién ocupado, era un mensaje político, no deportivo.

Dice Galeano que amenazaron a los jugadores del Dínamo para dejarse ganar por los nazis, o de lo contrario, lo pagarían con su vida. Luego los de Kyev salieron y golearon a la selección nazi. Después los fusilaron. Ignoro el grado de fidelidad histórica de ese relato, pero es magnífico y verosímil. Y sirve para ilustrar lo que decíamos, que en una competencia en el que ponen su corazón los jugadores y las personas que los apoyan, hay más que un partido en disputa, hay otra cosa.

Pero ahora vamos con el reverso de la moneda: no, los resultados de una selección nacional en algo, ni dicen nada de ese país, ni reflejan mucho de la sociedad del país a la que representan. Que Alemania, Italia, Inglaterra, Argentina y Brasil hayan ganado, cada uno, copas mundiales, nos debería convencer de que gana el que juega mejor, no el que tiene unos u otros valores, una u otra cosmovisión sobre el trabajo, o sobre la política, o sobre lo que sea. Tampoco es un reflejo de “su mentalidad” o “sus pobres resultados”, porque si así fuera, Suiza sería el país más pobre de Europa, y Argentina una potencia mundial en...lo que fuera.

Si en el caso de México los jugadores dan malos partidos, o no pasan, o nunca pasan del cuarto partido, eso podrá decir cosas sobre el modelo específico del fútbol, los incentivos perversos de una liga bien pagada que desmotiva a jugar en otras partes, o hasta de los “planteamientos” de cada viejito petardo que ponen a asumir las culpas cada 4 años. Pero no dice más, así que no nos malviajemos.

México es un país tremendamente importante por razones concretas, territoriales, comerciales, geográficas y poblacionales. Gane o pierda la selección. Ah, y la culpa la tienen siempre los de pantalón largo. Que renuncien.


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/CR

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