Los mitos son narraciones edificadas con los bloques de la poesía. Sus decorados, enriquecidos con símbolos que apelan a posibles referencias que explican los secretos del universo, confiriendo sentido y referencialidad a las personas en lo individual, y a las sociedades en general.
Pretender que el común de las personas acceden al conocimiento analítico, gracias al poder de la argumentación científica, resulta posible para un público ilustrado, pero no así en un grueso que no tiene vínculo con la literatura especializada que no se conforma con fantasiosas propuestas explicativas, pues exige pruebas contundentes, no desde la maquinación demagógica de la ideología, sino gracias a corroboraciones procedimentales que son todo menos encantadoras, y nada más diferente al poético universo del mito. La razón aguafiestas no es del gusto de los inspirados, de allí sus calumnias y burlas.
El mito transforma el espacio, le confiere una transfiguración que al tomar formas tan elaboradas, e incluso, deseables, no nos hacen ver lo limitados, rupestres y débiles seres que tan fácilmente podemos ser destruidos. El mito confiere esperanzas a sociedades desencantadas, que en su miseria, quieren creer un discurso reivindicador donde ellos dejen su pauperismo, y sus descendientes, no transcurran entre las desgracias de la pobreza y la miseria que ellos vivieron.
El mito tiene el poder de trastornar los hechos: el simple mortal es elevado a la condición de héroe y el gobernante mediocre y trastornado, se consagra en la prístina realización del espíritu absoluto, con los ropajes de la honestidad, el amor, la justicia y hasta testigo de voces que le dicen amorosamente: “yo soy el pueblo bien amado, y tú mi preciosa voluntad”. El mito efectivamente da la impresión de que ese ser infame “no es como los otros”, sino alguien mejor, aunque en los hechos los acontecimientos lo desmientan.
El problema del mito político, es la depravación de la percepción popular sobre sus gobernantes, y sobre ellos mismos, al grado de presumir que posibles delitos, no son sino manifestación justiciera de un reivindicador social. La poesía, con su belleza, no solamente edulcora el mundo triste y lo maquilla con los polvos de la mentira, pues también es guarida de infelices que huyen de la racionalidad de la ley, porque ante la claridad de la ciencia, sus elaborados adornos desaparecen, y se devela la vergonzosa manifestación de la destrucción, que sembrando discordia y resentimiento, erige su tiranía con impunidad.
A la política hay que exigirle razones, su obligación es contestarlas con el lenguaje del logos, y no desde el escondrijo mítico de la perversión poética que opta por su argucia, para no comprometerse con razonamientos evidentes. La Alemania nazi siguió un mito: el de su superioridad aria, y a un predicador mitificado que los condujo a su ocaso.