Columnas
Menospreciar la asertividad o habilidad que tuvo la presidenta Claudia Sheinbaum para lograr que Trump suspendiera los aranceles, no me parece ni inteligente ni ecuánime. Pero se entiende. Por un lado, las personas no agradecen que les prevengan problemas, sino que se los resuelvan, y para ello uno debe dejar que el mismo se manifieste en toda su fealdad e inminencia. Así, hubiese tenido mayor impacto mediático que una vez en vigor los aranceles, el gobierno hubiera conseguido quitarlos, aunque esto también conllevaría daños económicos millonarios, aunque estuviesen en vigor un solo día. Por otro lado, las posiciones en el espacio público están polarizadas desde el sexenio anterior (por lo menos) y a todos los bandos les funciona esa polarización para seguir inflamando a su respectivo público. Pero hablando serenamente, por supuesto que las cosas podían salir mucho peor. Ahora bien, el presidente de EU también jugó de forma inteligente, aunque por su estilo y presencia nunca lo parezca. Me explico: sabíamos que, desde el principio de su mandato, sus manotazos, amenazas y payasadas iban a hacerse notar. Pero su primer roce en materia de política exterior en Latinoamérica fue con Colombia, cuando el presidente Petro le devolvió un avión lleno de migrantes ilegales de ese país. Acto seguido, y aún ante la amenaza arancelaria, el colombiano siguió con desplantes iracundos típicos de la región, “somos pobres pero honrados, etcétera”, o que generó una escalada en la tensión entre ambos países. Pero pierde más el que tiene menos, así que Petro terminó aceptando los términos iniciales, y a él no le levantaron el castigo, para que aprenda quién manda, o alguna moraleja semejante.
En contraste, Claudia Sheinbaum optó por una estrategia más diplomática y mesurada. Esto no solo evitó un conflicto abierto, sino que también permitió a México mantener una postura firme sin caer en la confrontación directa. Pero también es cierto que a Estados Unidos le resulta mucho más costoso pelearse con México que con Colombia, así que este último país fue (desgraciadamente) un buen objeto de utilería para que el bully de la casa blanca (así, con minúsculas) les mostrara a todos que “no estaba jugando”.
El contexto es clave. La relación entre México y Estados Unidos ha sido históricamente compleja, marcada por la interdependencia económica (ya no dependencia unilateral) y los enormes flujos migratorios. Los aranceles habrían tenido un impacto devastador en la economía mexicana, especialmente en el sector exportador, que depende en gran medida del mercado estadounidense. Al lograr que se suspendieran, Sheinbaum no solo protegió los intereses económicos de su país, sino que también demostró una capacidad notable para manejar crisis en un entorno internacional volátil.
Es importante también reconocer que la política exterior no se desarrolla en el vacío. La situación interna de México, con sus propios problemas sociales y económicos, influye en cómo se manejan estas relaciones. Sheinbaum ha tenido que equilibrar las necesidades de su población con las exigencias de un socio comercial que, a menudo, actúa de manera impredecible. Tiene, además, un reto adicional pues, así como Donald le habla sobre todo a su electorado (mayoritariamente blanco, pobre, poco escolarizado, resentido), ella le debe hablar a la base dura de su partido, que es también resentida, clientelar, patriotera, bravucona y olvidadiza. Así que la retórica de ambos lados, durante estos 4 años, dará algunos productos dignos de una exhibición de atrocidades, porque así es la política también, medio farsa, medio telenovela, medio catarsis.
La respuesta de Trump a las acciones de Sheinbaum también revela mucho sobre su estilo de liderazgo. A menudo, sus decisiones parecen impulsivas, pero en este caso, la suspensión de los aranceles podría interpretarse como un reconocimiento de que la cooperación es más beneficiosa a largo plazo que la hostilidad, pero también que, por ahora, es más rentable hasta en su popularidad. Temamos sus acciones en 2 años que se celebren elecciones legislativas y él sienta que debe mostrar más patanería que de costumbre para no parecer “débil”. Pero por ahora, y mientras sigamos sin aranceles, que viva la diplomacia.