"Me ha tocado una infancia lamentable, saber que nadie te quiere ni se preocupa por ti, estar siempre fuera de lugar. Siento que tengo diez años más de los que tengo. Conozco demasiado; he visto lo peor de la gente, la gente más desesperada y egoísta, y este conocimiento me hace cauta. Así que estoy aprendiendo a simular, a sentir y sonreír, a mostrar una empatía que no siento. Estoy aprendiendo a fingir, a parecer como todos los demás, aunque me siento rota por dentro."
Estas palabras de Molly, la protagonista del libro El tren de los huérfanos de Christina Baker Kline, vinieron a mi mente cuando vi el estudio "Estimaciones mínimas mundiales de niños afectados por la orfandad asociada al Covid-19 y la muerte de los cuidadores", que realizó en 21 países la revista británica The Lancet, en el que informa que a nivel mundial, se estima que 1 millón 134,000 niños y niñas, menores de 18 años, sufrieron la muerte de al menos uno de los padres o de sus abuelos que los cuidaban.
De esta cifra, en México se ubican 33,342 menores que sufrieron la muerte de su madre, 97,951 perdieron a su padre, 32 que se estima perdieron a ambos padres y 9, 807 que perdieron a los abuelos o parientes que los cuidaban, dando un total de 141,132 menores huérfanos.
Estos niños, niñas, adolescentes de alguna manera han quedado rotos como Molly, pueden seguir adelante con sus vidas, pero el mundo ya no es el mismo para ellos, muchos ya no tuvieron oportunidad de volver a ver a su padre, a su madres o abuelos, después de ser ingresados a un hospital, o les tocó verlos morir poco a poco en casa sin que se pudiera hacer nada por ellos.
La muerte llegó a sus vidas de manera intempestiva, y ¿qué se ha hecho por estos niños, niñas y adolescentes?, hasta hoy, no sabemos de una acción específica que se haya emprendido a favor de ellos, y es hora de que quienes gobiernan este país, demuestren que no han mentido cuando en sus discursos dicen que “hay que velar por los niños porque son nuestro futuro”, porque entre las consecuencias graves que menciona The Lancet y otros estudios que abordan la pérdida de los padres durante la infancia, es que corren un mayor riesgo de sufrir problemas de desarrollo e integración social, así como de salud mental; violencia física, emocional y sexual y hasta pobreza familiar.
Conozco a varios de esos niños y niñas, y en voz de sus madres he conocido el dolor que viven, las preguntas que se hacen imaginando las que les harán sus hijos al saber de la muerte de sus padres, he visto cómo la salud de las niñas merman con la ausencia del padre que amaban, he escuchado gritos y palabras buscando a quien ya no está, he sentido con una mirada el vacío que nadie podrá llenar, he descubierto en sus rostros la desesperanza de un futuro que ya no será por la ausencia de su progenitor.
Porque los he visto y he escuchado a sus padres, alzo la voz por medio de estas líneas, para que con acciones concretas de los diferentes niveles de gobierno, ante su pérdida, se les garantice su desarrollo físico, mental, intelectual y espiritual, porque esto va mucho más allá de darles apoyos económicos, que claro les ayudará, pero no se debe permitir que al pasar los años, tengamos jóvenes o adultos que vivan pensando igual que Molly, que están rotos por dentro.
Mtra. Rosalía Zeferino Salgado
Asesora en Comunicación Estratégica
e Imagen Pública