Israel González Delgado
Los Pandora Papers, una reedición de los Panamá Papers de 2016, seguirá, previsiblemente, una suerte parecida a la de este último caso. Una investigación periodística (filtración de datos bancarios y financieros privados) da a conocer al público en general, millones de documentos de empresas off shore que, en su conjunto, reflejan las fortunas de personajes políticos y celebridades de todo el mundo, con detalles como su monto total, dónde las tienen, en qué las tienen (por ejemplo yates) y en fin, básicamente un vistazo a la vida privada de los ricos que hacen su dinero en un país, pero lo guardan en otro.
La primera implicación o reproche de esta práctica es que, usualmente, las personas mueven grandes capitales porque no quieren pagar impuestos. Mediante complejas estrategias fiscales y comerciales, una persona o corporación puede generar utilidades en un país y luego llevarse la totalidad de esas ganancias a un país donde lo único que tiene es un fólder con papeles aparentando otra empresa; eso sí, manejada por un despacho de abogados o contadores muy serio, que se encargará de simular lo que haga falta para que, al final, el país que le permitió generar su riqueza no vea ni un centavo de ella. Pero puede haber otros casos en los que la recolocación de capitales tenga como origen una cadena de suministro complicada, o una verdadera diversificación de inversiones, aunque seguramente estos casos serán los menos. Por eso el debate nace tan turbio en estos casos, porque los personajes involucrados solo tienen una cosa en común: son muy ricos. De ahí, los casos son sumamente variados y entre ellos habrá quienes hayan cometido delitos, y otros que no.
Por esa circunstancia, es de esperarse también que las consecuencias jurídicas sean las menos, en algunos países ninguna y en uno que otro sentencias de cárcel (un ex primer ministro de Pakistán, por ejemplo, fue condenado a 10 años de cárcel a partir del caso Panamá).
A nivel sociológico me parece interesante también esa necesidad de los millonarios de ocultar su riqueza. Algunos tendrán motivos financieros pero en general, hay en esta situación algo de reproche social a todos ellos, que son muchos pero a la vez son demasiado pocos: unos cuantos individuos que concentran riqueza superior a la de países completos, y la acrecientan y conservan, precisamente, haciendo todo lo posible por no contribuir con ella al gasto de los países que les permiten producirla. Por eso los paraísos fiscales son siempre inmorales, ya sean legales o no. Es el mismo criterio que usan los más ricos en países pobres, de construir sus casas en colinas inaccesibles para el transporte público y detrás de bardas que son realmente murallas. Esto también conlleva una estigmatización de la pobreza bastante grotesca, en la que se cree que una persona, por ser pobre, querrá despojar indebidamente a los ricos de los suyo. Patético. Lo que más bien esconde lo que esconden, es culpa, en forma de bolsa de 8 millones de pesos o de yate a nombre de una empresa de papel mientras en la empresa de verdad evitan el pago de utilidades a sus trabajadores. Casos como los Pandora Papers exhiben defectos sistémicos de un sistema económico global donde el que tiene más dinero no es el que genera más valor. A veces, ningún valor.