Columnas
Para Rosy y Pino Conocí al gran Jefe Maestro en 1994 en la entonces PGR. Era un genio del control de gestión. No se le iba nada. Tenía un orden riguroso. Su escritorio estaba junto al mío y día con día llegaba y salía del trabajo sonriendo, ignorando una jornada aburrida o un día ajetreado.
Desde entonces tenía un sentido del humor peculiar. Se reía casi hasta las lágrimas antes de contar el chiste. Aún no llegaba a la mitad de la historia y ya nos tenía desternillados, allá en Lafragua y Reforma.
Coincidimos de nuevo en la Cámara de Diputados y Diputadas unos años después. Era el todo poderoso y muy profesional Director General de Adquisiciones y Servicios Generales y, sin embargo, me decía hermano y comíamos frecuentemente, allí en Los Cristales o, cuando se podía, en La Polar.
Igual que en PGR, nunca lo vi agobiado, molesto o preocupado a pesar de que las jornadas laborales eran extenuantes y llenas de tensiones, desplantes y amenazas políticas. Recuerdo con mucha claridad sus carcajadas francas, sonoras, sabrosas e inevitablemente contagiosas.
Era un experto consumado en teoría democrática, en división de poderes, en derecho parlamentario y en lo que el país necesitaba para mejorar. Lo hablamos muchas veces en el Salón Tras Banderas de la Cámara, cuando las sesiones terminaban a las 3 o 4 de la mañana y pactábamos hacer o provocar cosas para que todo marchara mejor en un México que en 1997 empezaba a otear la transición que él aseguraba vendría, como vino en el año 2000.
Muy poco tiempo después, en el gobierno de la capital, a punta de estudio y acción, se hizo especialista nacional en Protección Civil y Gestión de Riesgos y fue, de nuevo y como siempre, un extraordinario e integérrimo servidor público de ese sector.
En algún momento de nuestras vidas, él, su extraordinaria esposa Rosario y su talentoso hijo Pino cuidaron de mi hija más de lo que yo podía, gracias a un juez de lo familiar corrupto o incompetente. Esas son deudas que uno nunca puede pagar, sino solo tratar de honrarla con decencia y hombría de bien.
El incontenible, imbatible, incansable Oscar Alejandro Roa Flores, compañero de páginas en este mismo diario; autor, cómplice o consultor de cientos de luchas, travesuras y proyectos políticos y profesionales, es ahora pura luz. Desde el jueves pasado es el aire debajo de las alas de Pino, la sombra que protege a Rosario y reside para siempre en el sol y en nuestros corazones rotos. Fue una fuerza de la naturaleza: vendaval de generosidad, tormenta de carcajadas, ciclón de amistad y huracán de lealtad.
Ya nos veremos, gordo. Buen viaje y gracias por todo, compadre. Te quiero siempre mucho, cabrón.
@ElConsultor2