Después de abordar las de Obama, avanzo ahora sobre las estampas políticas del Presidente Trump en los prolegómenos de una elección presidencial que se ve venir agitada y quizá controvertida en menos de 90 días.
Trump se duele desde el primer día de su cuatrienio de las fallas del sistema electoral norteamericano. Alegó primero que, si del recuento se descontaban cerca de tres millones de votos fraudulentos, él también habría ganado el llamado voto popular, además del denominado electoral. Después creó una comisión presidencial para analizar los resultados y determinar si hubo fraude; los resultados fueron adversos.
Últimamente, frente a lo que advierte en las encuestas, ha empezado a minar la percepción de integridad del proceso de voto por adelantado y por correo, alegando falta de certeza y que, en ese caso, la de noviembre próximo sería la elección presidencial más corrupta de la historia de los Estados Unidos. Todavía hace unas horas, amenazó públicamente con llevar a tribunales al Estado de Nevada por haber aprobado una reforma legal para facilitar el sufragio por correo.
La señal de máxima alerta llegó el domingo 28 en una entrevista para TV en la que se rehusó a decir si reconocería los resultados de los comicios de noviembre próximo; “ya veremos” dijo. Encima, con una proditoria deslealtad al mecanismo democrático electoral y a todo lo que el régimen republicano significa en tanto garantía de la renovación pacífica de los poderes públicos, se preguntó en voz en alta en un tuit, si no sería conveniente posponer la elección.
Ante el dislate, los altos dirigentes y legisladores republicanos se apresuraron a contradecirlo y Trump reculó al día siguiente, pero el daño estaba hecho: la incertidumbre, el desencanto y la polarización recorren ya la democracia norteamericana y se ciernen ominosas sobre la jornada electoral que viene.
Para contrarrestar estas obsesiones bajunas y pulsiones autoritarias, diversos grupos de analistas, académicos y funcionarios de los más diversos orígenes, especialidades y convicciones ya diseñan escenarios, en una especie de “war games”, para anticipar los movimientos presidenciales y lo que dentro del derecho y la alta política se podría realizar para atemperar o anular los efectos, todos perniciosos, de un atentado de Trump contra el proceso electoral, si declara emergencia sanitaria extrema en ciertos estados o regiones y ordena no salir de casa el día de la elección; si rechaza el resultado y/o de plano se niega a entregar el poder.
En este triste estado político se encuentra una nación otrora paradigmática; en un momento abismal, lúgubre y amenazante. Ojalá funcionen las válvulas de seguridad de un sistema político y de una constitución que inspiraron al mundo y que originalmente encarnaron garantías de supervivencia y viabilidad de la decisión popular como única forja del régimen democrático.
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