Comienza para Ucrania un año decisivo. Las posibilidades de una intensificación de la guerra en las próximas semanas o meses son amplias. Vladimir Putin aparece impertérrito ante las decenas de miles de vidas perdidas en su inútil conflicto y no le preocupan los evidentes crímenes de guerra perpetrados constantemente por sus fuerzas. Rusia podría lanzar una gran ofensiva en poco tiempo. Por eso Ucrania pide más armamento a Occidente. Sobre todo, necesita los tanques Leopard 2 alemanes, pero el canciller Olaf Scholz temía el inicio de una escalada bélica imparable.
Alemania es el motor económico de la Unión Europea, pero también es su mayor freno geopolítico. Su dependencia energética con Rusia y comercial con China le impide actuar con contundencia. Esta vacilación enviaba un grave mensaje a Putin: el apoyo occidental a Ucrania no es sólido, después de todo. Afortunadamente, Scholz termino cediendo.
El presidente ruso ha enfrentado en los últimos meses críticas por parte de los sectores más extremistas de su régimen. Personajes como el jefe checheno Ramzán Kadírov y el líder del grupo de mercenarios Wagner Yevgueni Prigozhin deploran el desempeño en la guerra del ministerio de la Defensa. Por otra parte, se multiplican los indicios del agravamiento de la crisis económica. Un invierno cálido y la inminente recesión mundial han castigado mucho a las exportaciones energéticas rusas, mientras (de acuerdo con cálculos del Centro Wilson) el gasto militar en 2022 superó el 5 por ciento del PIB, el nivel máximo alcanzado desde el colapso de la URSS.
El déficit gubernamental representó el 2 por ciento del PIB y se ha financiado a través de la desenfrenada emisión de dinero. Además, las sanciones económicas de Occidente, cuyo efecto parecía limitado hasta hace un par de meses, se están dejando sentir cada vez con mayor fuerza. La economía sufrió una disminución de alrededor del 3 por ciento el año pasado.
El Centro Wilson también calcula pérdidas en los activos de los multimillonarios rusos de casi 94 mil millones de dólares desde el comienzo de la guerra, mientras los consumidores padecen escasez y carestía y miles de pequeños negocios se han visto obligados a cerrar. Por todo esto a Putin le urge iniciar una ofensiva enfocada a tratar de poner término a la guerra de la manera más “honorable” posible para él. Quiere salvar su supuesto “legado”, el cual amenaza con ser únicamente de sangre, desolación y muerte.
Pasa con los dictadores megalómanos. Si se hubiera contentado con construir una nación fuerte dentro de sus fronteras en lugar de perseguir fantasías imperiales, Putin quizá habría sido recordado como un respetable estadista. En cambio, durante años y quizás décadas Rusia deberá trabajar muy duro para recuperarse del daño causado por sus fatales errores de cálculo.