La propuesta de México para la unidad de Latinoamérica no es nueva, ni vieja, está viva. La necesidad de autonomía y respeto a su soberanía es una constante continuada por vocación libertaria.
Hace dos siglos hombres como Miranda, San Martín y Bolívar pensaron y murieron por la hermandad de los países de la región por su necesidad de independencia. Es también la autonomía ahora un factor de unidad, seguimos hermanados pero sin avanzar hacia los propósitos libertadores.
Antes era la lucha por la independencia del colonialismo del siglo XVII, de España y Portugal, dos monarquías que se enriquecían con esa forma de explotación. El yugo económico sigue, presiona y amenaza, está ubicado al norte del continente.
La ferocidad actual se intensifica no sólo por tener en la Casa Blanca a un personaje para quien regresar el poderío perdido de su país es una promesa política sino porque los que defendieron a ultranza la globalidad ven en el regionalismo a un enemigo muy peligroso. Saben que el nacionalismo de América Latina es la alternativa, creando una realidad política y económica diferente, más equitativa.
La utopía que los libertadores soñaron, cobra hoy forma y vida ante el cansancio de una globalidad desgastada, cuya pobreza descubre al mundo la desigualdad a partir de la imposición violenta, los gobiernos represivos y el engaño permanente.
Ni sueño ni utopía, sólo el encuentro del pasado con el futuro unido por la historia. La solitaria voz de Colombia en la XXI Cumbre de la CELAC, allanó el camino de la hermandad ahí convocada, porque su sumisión a Estados Unidos la convierte en colonia y da paso, en su dependencia de gobierno obediente y pueblo rebelde, a la conciencia de fraternidad latinoamericana. Es el país con mayor número de bases militares estadounidenses, más de 40, aunque reconocen 7 oficialmente. Tal vez Colombia sea el último bastión de la globalidad, pero la vocación de su pueblo por la unidad y libertad puede convertirla en la vanguardia de esta fraternidad que empieza a caminar.
México estuvo a punto de tener una base militar estadounidense, en tiempos de la ignominia, el gobernador panista Rafael Moreno Valle, con la anuencia de Felipe Calderón, regaló 40 hectáreas para construir la base en San Salvador Chachapa, al oriente de Puebla, en tierras de uso comunal, con el nombre de Academia Nacional de Formación y Desarrollo Policial, que era parte del Plan Mérida, con un costo de 22 millones de dólares. La primera piedra de esta edificación la colocó Keith W. Mines, funcionario del departamento de Estado.
Ahora, ante la posibilidad real de una cohesión latinoamericana sin más diferencia que la forma de pensar la libertad, es necesario garantizar a las nuevas generaciones dignidad e identidad, como una bandera común que ondeará con la historia.