La elección del próximo 2 de junio no es un “trámite”: sino un proceso deliberativo en el que casi 100 millones de mexicanas y mexicanos decidiremos, entre otros, quién será la próxima jefa de Estado. Para ello hoy están trabajando miles de personas en los trescientos distritos electorales federales en los que se divide el país; sin contar los distritos locales en los que habrá elecciones locales.
Para dimensionar el reto humano y material que representa organizar elecciones, les comparto algunos datos. Cada elector recibirá al menos tres boletas (presidencia, senaduría y diputación federal); y en las entidades en donde habrá elecciones locales, otras tres más. Así, solo en la CDMX, para que los 7.9 millones de electores podamos elegir a nuestros representantes, ya se han impreso más de 48 millones de boletas para la elección federal y local. En todo el país, alrededor de 1.5 millones de personas contarán los votos en las 170 mil casillas que se instalarán. Insisto: no es un trámite cualquiera.
Hoy ya somos más de 100 millones de electores y 99 millones en el listado nominal, tanto en México como en el exterior; de los cuales 1.5 millones podrán votar desde Estados Unidos. Somos un país aún joven: casi 15 millones de nuevos ciudadanos votarán por primera vez en una elección presidencial, pero ya hay más de 13 millones de electores mayores de 65 años. Para que cada ciudadano pueda votar, se requiere algo más que un “trámite”. Por ello, por todo el esfuerzo que representa organizar elecciones en un país con la complejidad social y geográfica que somos, debemos sentirnos orgullosos de lo que ha sido el Instituto Nacional Electoral y los esfuerzos de muchas generaciones de mexicanas y mexicanos para que los votos se cuenten y se cuenten bien.
Pero contar los votos no es suficiente. Éstos deben representar la voluntad de la ciudadanía, que en libertad, sin presiones ni chantajes de ningún tipo, elija el futuro de nuestro país para los próximos seis años. Así, si alguien desea continuidad a lo que hoy hemos vivido, ya sabe por quién votar. Pero si desea un cambio, también ya sabe por quién, porque no basta con decir que “todos son iguales” o que “nada va cambiar”. Es cierto, construir cosas buenas lleva tiempo, pero destruirlas con malas políticas públicas puede ser cuestión de días.
Hoy ya sabemos que se pudo atender mejor la pandemia de lo que se hizo. También sabemos que Pemex y CFE tienen problemas serios en sus finanzas que impactarán tarde que temprano los recursos públicos para atender escuelas y hospitales. También sabemos que más personas han sido asesinadas y desaparecidas en los últimos años.
Votemos en libertad y que la ciudadanía elija: continuidad o cambio; más poder al poder o más libertad a la ciudadanía. Hay competencia y la moneda está en el aire.