Columnas
En Estrasburgo, gran ciudad del Este francés y capital de Alsacia, tiene lugar un mercadillo navideño centenario, posiblemente el más bonito del mundo. En él se encuentran objetos decorativos para el árbol y el nacimiento, además de vino caliente, buñuelos y galletitas típicas como las bredele y las lecklerli. El mercadillo dura cuatro semanas, recibe en promedio más de 2 millones de visitantes y representa más de 250 millones de euros anuales.
Tristemente, el martes pasado la ciudad no se hizo notar por la afluencia de paseantes sino por un ominoso atentado terrorista. Todavía no se esclarecen sus causas. Hasta ahora se sabe que un hombre de casi treinta años abrió fuego contra la multitud y después se dio a la fuga. Las últimas cifras estiman dos muertos y una docena de heridos.
El 11 de diciembre de 2018 vuelve a ser otro día doloroso. París, Niza, Marsella… ahora Estrasburgo. El atentado evoca el trauma de la repetición en serie: del 7 de enero y 13 de noviembre de 2015 en París, del 14 de julio de 2016 en Niza y del 1º de octubre de 2017 en Marsella. El mercadillo de Estrasburgo estaba en la mira del terrorismo, como lo estuvo hace dos años el de Berlín. Es una verdadera pena que este ataque tuviera lugar en medio de una de los festejos más queridos de la ciudad.
¿Y qué decir del Estado francés? Emmanuel Macron pasa por los días más atribulados de su mandato. Como si no fuera suficiente enfrentar la resistencia de los “chalecos amarillos”, está consciente de la gravedad del atentado y de las implicaciones que tiene para su gobierno. Si mantiene un discurso como los que lo caracterizan, valiente, conciliador y liberal ganará aplausos -un lugar en la historia tal vez- pero perderá votos. Si hace guiños a la derecha xenófoba, perderá todo.
Los miedos alientan las discusiones en las que se han enfrascado los franceses, esta vez sobre el eje de la identidad nacional. Hay muchas posibilidades para resolver las tensiones. La épica de la República francesa logró reconciliar el patriotismo con el deber cívico. Pero no tiene por qué ser siempre así. Una respuesta puede ser volver a amores primarios –el terruño, la familia y la tradición–, que parecen más eficaces para enfrentar futuros inciertos y peligrosos.
Aunque sin una confesionalidad explícita -católica o protestante- son cada vez más quienes recuperan el orgullo por las raíces cristianas de las naciones de Europa. Ése es el discurso de la Agrupación Nacional. En este entorno, es cosa de tiempo para que Francia camine hacia un nuevo régimen político, de la mano de Le Pen y sus herederos. Es inexorable el camino hacia la Sexta república.