Algunos medios empiezan a volver moneda corriente la afirmación de que “el precio del peso mexicano está siendo sostenido de manera artificial”. Esos términos, comunes en el medio financiero, son imprecisos porque pueden implicar cosas muy distintas entre sí.
En el caso de México, hubo quizás 2 ocasiones en las que el precio de la divisa, específicamente medida contra el dólar, cumplía esas condiciones y los hechos lo demostraron de manera fehaciente: 1981 y 1995. En 1981, el país vivía en una economía de exportación exclusiva de materias primas y especialmente petróleo, mientras que el resto de los bienes era importado, precisamente, de Estados Unidos.
La economía de sustitución de importaciones estaba cada vez más menguante, y el problema es que los bienes de capital (maquinaria y equipo de producción de productos nacionales) eran todos importados. El gobierno federal, además, adquirió una deuda, interna y externa, de proporciones inusitadas, confiado en que los precios del petróleo se mantendrían durante muchos años. Y es que la garantía de las deudas era, exclusivamente, proyectada con base en los rendimientos petroleros.
La economía gubernamental, además, era casi toda proveniente de la recaudación de Pemex. Huelga decir, cuando en 1981 los precios del petróleo se desplomaron, México no tuvo dinero para cumplir sus obligaciones y ante una balanza comercial y de pagos deficitaria hasta el límite, ocurrió una crisis donde la devaluación, la salida de capitales y la corrida bancaria fueron tres de múltiples acontecimientos.
Por si fuera poco, el valor del peso contra el dólar en el país se decidía por decreto presidencial a través del Banco de México, que dependía directamente de él, pero eso ocurría, evidentemente, solo para efectos domésticos, porque el sistema financiero internacional responde a datos económicos, no a decretos políticos. Cuando tu moneda se devalúa en proporciones descomunales, y todas tus deudas están en dólares, se vuelven impagables, porque de un día para otro debes el triple, sin haber pedido más dinero.
Así que el tiempo en que los factores estaban presentes pero el mercado de divisas seguía estable (en parte porque existía control de cambios), puede decirse que el valor del peso era artificial. En 1995, aunque estructuralmente la economía mexicana había cambiado, se mantenían muchas de las mismas condiciones estructurales que había en los ochenta. Pero el elemento principal fue la presencia de obligaciones financieras del gobierno, que colocaba para financiarse bonos gubernamentales pagaderos en dólares y a cortísimo plazo, a veces 28 días, pero en montos billonarios.
Ahora bien, la apuesta ahí no era tan estúpida como la del petróleo. Se basaba en que la entrada al TLC aumentara la inversión directa el primer año y eso bastara para retener la inversión volátil, pero la apuesta también se perdió. Como recordatorio, en los primeros 90 días de 1995, la tasa de interés pasó de 14 a 109%, el IVA subió 50% y el peso se devaluó 300%.
Se dijo que los bancos estaban al borde de la quiebra y si se les dejaba quebrar, los que perderían eran los ahorradores, no los banqueros (recordemos que los bancos manejan recursos del público para prestar, no propios). Hoy sabemos que los principales beneficiarios del FOBAPROA fueron 120 personas o algo así, un crimen. Pero lo importante es que, por su magnitud, sería realmente difícil pensar en que hubiera otra crisis igual, al menos por ahora.
Lo que hay es una tendencia cada vez más intensa de apuesta contra el peso, porque eso ocurre cuando una moneda está cara (la que sea) pero decir que está sostenida de forma artificial no lo veo tan claro. Si por artificial entendemos la política de tasas de interés de la FED y el diferencial generado con el peso, y la cantidad de remesas en dólares que entran a México a partir de la pandemia, pues sí, es un poco artificial, pero entonces lo son todos los precios de todas las divisas, empezando por el propio dólar.