Históricamente la popularidad hacia un gobierno no sólo lo fortalece sino que avanza hacia la concreción de sus propósitos esenciales, emprende un camino hacia la radicalización para consolidar su concepción de país.
La observación de Ricardo Monreal acerca de la necesidad de que el partido gobernante deba ser menos radical, solicita moderación en la parte más personal del sexenio, donde debe haber mayor fuerza. Pugnar por mesura implica entregar el poder, rendirse.
Los gobiernos radicales representan un periodo de 14 años de gobierno en Chile donde tres presidentes del Partido Radical ejercieron el poder consecutivamente. De 1938 a 1952, Pedro Aguirre Cerda, Juan Antonio Ríos y Gabriel González Videla, realizaron medidas populares inspiradas en la Revolución Francesa.
En Chile se crearon fuentes de trabajo y múltiples instituciones como expresión de la fortaleza de ese partido político, basado en el apoyo popular. Es decir, la aceptación de sus presidentes otorgaba mayor solidez a los proyectos de gobierno, cuya consolidación pareciera mostrar radicalismo cuando en realidad lo que se concretaba era la consolidación de su proyecto de nación, con una inercia de concepción política congruente con su anterior administración.
Si en este momento se le pide al gobierno mesura acusa sugerencia de fragilidad, que devela traición al intentar debilitar su origen partidista. La complejidad de la política mexicana no le es desconocida a Monreal, sus intenciones personales se definen claramente, en una aparente advertencia apocalíptica del destino de Morena, el Presidente y la 4T.
Todo lo que emite en declaraciones encuentra una interpretación que escapa a sus ambiciones personales ni a su visión de la política.
La oposición está tan urgida de liderazgo que adapta todo discurso de cualquier disidente para colocarlo como líder, candidato y hasta como futuro Presidente de la República. Ese ayuno de líderes no se satisface con un alimento sin nutrientes, sólo anticipa el desmayo y acelera la desesperación.
Debe entender que la variedad de consignas puede rayar en la dispersión y el intento de pluralidad llegar a la evaporación ideológica, al tratar de concretar acuerdos o anunciar propuestas que solitas se deshacen.