Lo recuerdo y me entra una emoción de esas que te dan ganas de llorar, de esas emociones que tocan las fibras que están ahí dentro, pegaditas al alma, de esos sentimientos que sientes orgullo-tristeza-agradecimiento.
Días después de los terremotos de septiembre de 2017 fui con mi hijo a la Cruz Roja en Polanco. No habíamos comido. Había personas que daban la vuelta a la calle, se formaban unas 3 o 4 filas. No había clases sociales, la gente simplemente llegaba de todos los rincones de la ciudad, todos teníamos algo en común: ayudar, ser solidarios, poner nuestro “granito de arena” como si eso pudiera aminorar el dolor de las familias que perdieron a alguien. Éramos todos iguales, es más estábamos hermanados por el mismo dolor. En ese momento, a la par, cientos de héroes trabajan en los escombros en varios puntos de la ciudad, no sólo eran los topos: era Frida –esa perrita Golden–, era la gente con palas, con lámparas, especialistas de varios países que no sólo estuvieron en la Ciudad de México sino en los estados afectados: Morelos, Guerrero, Edo de México, Chiapas, Oaxaca, Puebla para rescatar a personas vivas, los restos de quienes no la libraron, los que se quedaron sin casa.
En la Cruz Roja, mi Chris a sus 9 añitos cargaba igual agua, arroz, papel del baño. Se sentía útil, sonreía. Había ancianos que también con esas manos arrugadas, con la experiencia tatuada en la piel, soportaban el peso de la ayuda. Lloré, claro que lloré, y agradecía por poder ser útil, era sentirme orgullosa de mis raíces, de mi país, era darle a mi hijo esa vivencia de que cuando él crezca pueda decir: “Yo estuve ahí y ayudé, fui empático con el dolor”.
Al terminar de llenar los tráileres con la ayuda, una señora llegó en su coche con su familia, bajó ollas de arroz, guisados, tortillitas calientes, huevos duros, agua de sabor y nos invitaron a comer. Le pregunté el costo de la comida y con una sonrisa me dijo: “No es nada, lo hacemos con todo el gusto, qué le sirvo?”. Nunca había probado unos tacos tan deliciosos de arroz con huevo duro. Nos sentamos en la banqueta, comía, lloraba y agradecía. Los terremotos de 2017 dejaron 369 muertos. Cuando llegó el virus H1N1 y nos sorprendió al ser México el epicentro mundial de la influenza murieron 116 personas, por eso me pregunto: ¿Qué nos pasó? Van más de 150 mil familias rotas por sus muertos y nosotros que somos expertos en retos nos aplastó el coronavirus, pero más la irresponsabilidad de algunos, aderezada con soberbia: chavos que hacen fiestas, médicos y enfermeras agredidos, gente en la calle, paraderos de autobuses sin sana distancia ¿dónde se nos perdió la solidaridad y el ser el país chingón que somos? No encuentro la respuesta ¿y tú?
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