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¿Sabia o profunda ignorancia?

¿Sabia o profunda ignorancia?

Columnas viernes 18 de diciembre de 2020 -

Por Adalberto Méndez López

La etimología de la palabra “ignorancia” proviene del latín In que significa “negación” o “lo contrario de”, así como del vocablo gnoscere, cuya traducción al castellano es “conocer”, sin embargo, existen lingüistas que afirman que la palabra es más próxima al término ignotus, entendido éste como “desconocido”.

Si algo ha caracterizado el desempeño del gobierno en turno es la crítica constante hacia sus acciones y decisiones, que en reiteradas ocasiones han sido calificadas por especialistas como resultado de la ignorancia o la impericia. Lo anterior, cobra cierto sentido a la luz de varios nombramientos realizados por el primer mandatario mexicano, tras recaer en funcionarios sin experiencia en el ramo, ejemplo, de lo anterior son María Elvira Concheiro como nueva Tesorera de la Federación, o Tatiana Clouthier al frente de la Secretaría de Economía, por mencionar sólo algunos de los más recientes.

Sin embargo, si se mira al pasado, un argumento de igual peso y que el presidente ha hecho valer en reiteradas ocasiones, es que los funcionarios con alta formación y trayectoria profesional no son garantía de grandes resultados o probidad absoluta, basta con recordar las gestiones de Luis Videgaray y Emilio Lozoya durante el sexenio de Peña Nieto.

Al respecto, San Agustín de Hipona, el famoso filósofo y teólogo argelino, sostenía que la existencia de la dogta ignoratia o “sabia ignorancia” fortalecía al individuo al hacer de éste consciente de sus desconocimientos y limitaciones, mientras que la denominada “ignorancia profunda” era peligrosa ya que en esta el sujeto ni siquiera se sabe ignorante, y por lo tanto se encontraba muy cerca de la inocencia o la ingenuidad.
Luego entonces, las decisiones presidenciales ¿pecan de ingenuidad, o bien, intentan apelar a la sapiencia agustiniana? La respuesta pareciera no ser ninguna de las dos, sino una gestión basada en la soberbia y en el falso dogmatismo del pueblo bueno.
Y es que, para dirigir a un país, sobre todo a uno tan complejo como lo es México, se requieren decisiones estudiadas, informadas, pero, sobre todo, con un mínimo de responsabilidad sobre las consecuencias de éstas, lo cual no caracteriza al hoy inquilino de Palacio Nacional, cuyos dos años de gobierno más bien se han ido convirtiendo en un revanchismo político sin sentido y nocivo para la nación.

Mañana tras mañana, el titular del Ejecutivo pontifica en la arena pública de las mañaneras mal emulando la mayéutica socrática. Bastaría con que el Presidente no sólo emulara el método socrático de comunicar, sino que leyera un poco más a Sócrates, quien afirmaba que la conciencia de nuestra ignorancia es la que nos descubre frente a lo real conciliándonos con nuestra naturaleza, no así frente a la falsa realidad que intenta imponer mediante el discurso político.

“Los sabios buscan la sabiduría; los necios piensan ya haberla encontrado”, solía decir Napoleón. Andrés Manuel López Obrador aún está a tiempo de reaccionar a su característica necedad, que hoy lejos de ser muestra de sabiduría popular, corrobora la profunda ignorancia con la que gobierna y lacera a la sociedad.


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