En 1990 Ante la mirada incrédula e incómoda de Octavio Paz y ante la sonrisa socarrona de Enrique Krauze, el escritor Mario Vargas Llosa en una mesa de debate intelectual – organizada por el propio Paz- soltó la siguiente frase lapidatoria: “…México es la dictadura perfecta.
La dictadura perfecta no es el comunismo. No es la URSS. No es Fidel Castro. La dictadura perfecta es México. México es la dictadura camuflada”.
Tiene las características de la dictadura: la permanencia, no de un hombre, pero sí de un partido. Y de un partido que es inamovible que concede suficiente espacio para la crítica en la medida en que esa crítica le sirva porque confirma que es un partido “democrático”, pero que suprime por todos los medios aquellas críticas que de alguna manera ponen en peligro su permanencia”.
La dictadura perfecta fue una frase que México adoptó dolientemente y no era para menos, la imposición por “dedazo” de dirigentes gubernamentales, de colaboradores o de presidentes era por demás algo sabido; las concesiones a favor del poder, las desapariciones forzadas, las muertes en el ámbito eclesial y político hacían de México un pueblo lleno de secretos a voces.
La década de los años noventa y en específico el año del 94 sirve de base para que el director Diego Osorno haga un recuento de lo sucedido en ese año tan particular bajo la mirada y el dicho de los propios participes de dichos sucesos y por ello tenemos testimonios del expresidente Carlos Salinas de Gortari o el subcomandante Marcos – unos de los más llamativosque dan un poco de luz y sobre todo parecieran una advertencia para estos tiempos, que parecen no ser tan distintos a los de hace más de veinte años.
Todo en propia voz de los implicados.
El documental deja que las imágenes y ellos hablen, por si solos. No hay mejor narrador que los que vivieron al frente y detrás de los acontecimientos, sobre todo detrás.
Osorno ya había demostrado que tenía ojo clínico en sus investigaciones a la hora de escribir -no hay más que ver el documental La libertad del diablo mancuerna con el director Everardo González para darse cuenta del rigor periodístico y sensibilidad cinematográfica de la que goza-, y en este su último trabajo, 1994, goza también de una edición trepidante y de un abanico de imágenes y metrajes de archivo que ejemplifican y dan luz a lo que escuchamos.
1994 es una invitación a la remembranza o al descubrimiento, sea cual sea el caso, el año del 94 es un año que se sintió larguísimo, cansado, triste, derrotista, con miedo y con incertidumbre, en donde de nueva cuenta se nos dejó claro a los mexicanos de a pie, que al poder, se le cuestiona, se le estudia, se le escudriña, pero sobre todo nunca se le aplaude ni se le quita el ojo de encima. No por lo menos en una democracia.