Pedro Arturo Aguirre
En principio Pedro Castillo, el nuevo presidente del Perú, tiene pocas posibilidades de convertirse en un “hombre fuerte”. Apenas consiguió el 19 por ciento de los votos en la primera vuelta electoral y su triunfo en la segunda se dio con solo unos 44 mil sufragios de diferencia. Su partido, Perú Libre, quedó lejos de poder controlar a voluntad al Congreso nacional. Aún así, Castillo asume a plenitud las polarizantes arengas populistas y la estrategia de hacer interpretaciones maniqueas y manipuladoras de la historia. En su discurso de inauguración expuso la imagen idílica, incompleta y parcializada de un pasado prehispánico, donde todo parecía ser el edén, cruelmente destruido por la apocalipsis de la conquista. Castillo busca justificar los problemas actuales de su país en un pasado traumático y apela a una visión conspirativa de la historia donde culpa de todas las desgracias de los indígenas peruanos a los “quinientos años de postración colonial”. Discrimina entre el verdadero “Pueblo” (solo los descendientes de los pueblos originarios, los afroperuanos y las minorías desposeídas del campo y la ciudad), frente a las clases medias urbanas e incluso los sectores mestizos.
Los líderes populistas hacen del victimismo recurso instrumental en su ejercicio político. Banalizan la historia para evitar una reflexión a fondo de cómo emprender un auténtico proceso de descolonización mental, económica y cultural. La falaz reivindicación indigenista les es primordial porque ven a los indígenas, tradicionalmente los grupos más marginados de nuestras sociedades, parte medular de su clientela político-electoral. La memoria selectiva y la manipulación del pasado bajo esquemas maniqueos les son esenciales porque refuerzan la división pueril de la sociedad en “nosotros, los buenos” frente a “ellos, los malos”. El victimismo es un gran generador de mentiras y odio donde los mitos se burlan de la historia, pero se apuntala la idea de un caudillo redentor de los humildes capaz de construir “el Reino” haciendo justicia “desde abajo hacia arriba”. En el discurso castillista ello está implícito en la venganza del Perú de la Sierra frente a la Costa; en Bolivia fue en el desquite andino de Evo contra la región oriental y mestiza; en Venezuela fue la revancha de los llanos de Chávez contra la zonas urbanas y petroleras, incluso en Argentina el peronismo es una especie de desagravio federalista y del interior ante la Buenos Aires europeizada.
La tierra prometida de los populistas está en el pasado y tratar de competir con este relato es perder de antemano porque va en contra de lugares comunes y prejuicios muy arraigados en la conciencia de nuestros pueblos. La gente los cree porque quiere creerlos. Pretender desautorizar un mito invocando la complejidad de los acontecimientos humanos es, como decía Bolívar, arar en el mar.