Por José García Sánchez
En 1946 se estrenó la película Campeón sin corona, dirigida por Alejandro Galindo, protagonizada por David Silva, en el papel de Roberto, un nevero que se dedicó al boxeo. Sus triunfos en el cuadrilátero se sumaban uno tras otro hasta que enfrentó a un boxeador estadounidense y su potencial de pelea disminuyó considerablemente.
Al preguntarle por la disminución de su fuerza ante el enemigo extranjero su argumento fue contundente: es que él sabe inglés y yo no. Por lo que era superior de manera indiscutible.
Esta parte de la película premiada dentro y fuera de México mostraba una actitud que la explicaría profundamente seis años después Octavio Paz en El laberinto de la soledad, y la plasmaba, con gran sabiduría, 12 años antes del estreno de Campeón sin corona, el michoacano Samuel Ramos en su libro El perfil del hombre y la cultura en México.
Ese sentimiento de inferioridad respecto a otros países, principalmente Estados Unidos y no se diga Europa, les impone a algunos sumisión y actitud de siervos.
En este contexto, locutores, analistas, comentaristas, articulistas, y todo aquel que desde el micrófono o los medios tenía acceso a la difusión de su palabra mostró esa dependencia que parecen no poder sacudirse desde tiempos de la Colonia. Al ver que las estrategias contra la pandemia mostraban muchas deficiencias letales en países como Alemania, Italia, Francia, España y Estados Unidos, exclamaban alarmados que si así estaban esos países cómo estaría entonces México, como si nuestro país estuviera condenado, de por vida, a ser inferior a otras naciones.
La inferioridad implícita, la dependencia psicológica de ver en el extranjero lo mejor y en el interior de México lo que carece de calidad se expresó de manera sorprendente en pleno siglo XXI por personas que al tener la difusión de su voz hacia la sociedad son considerados seres inteligentes, que luchan todos los días por ser líderes de opinión.
Sorpresiva por añeja la reacción de estas personas que quieren seguir pensando que estamos peor que en el resto del mundo y para confirmarlo buscan en internet rankings, concursos, competencias, encuestas que les den la razón a tanta sumisión.
Acostumbrados a que nuestro país sólo puede destacar en boxeo y a veces ni en eso por ese mismo complejo como lo narra la película arriba citada, el resto de las actividades de la vida cotidiana nos condena a ser perdedores eternamente.
El colonialismo mental y la esclavitud de la conciencia pareciera revivir viejas lecturas de ciencias sociales, sobre todo de marxistas y neomarxistas que estas personas vuelven a dar vida y razón a pesar de que han sido superadas y a veces rebasadas por una realidad en la que todavía no se actualizan algunos, afortunadamente son algunos y no muchos.