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Cultura y barbarie

Cultura y barbarie

Columnas lunes 13 de abril de 2020 -

“Todo documento de cultura es un documento de barbarie” escribió el filósofo Walter Benjamin. Esta idea es muy popular pues nos recuerda que la violencia y miseria coexisten bien con la modernidad y el progreso de la razón. Lo que Benjamin quiso decir es que entre más compleja es la organización de una sociedad también lo son las luchas de poder y de intereses en ella.
Para el antropólogo Claude Levi Strauss el arte, la escritura y la técnica han tenido una función histórica ligada a la fuerza y dominación. Florecieron cuando los primeros grupos se volvieron urbanos, organizaron un régimen político centralizado y rígidas jerarquías sociales.
La escuela de Frankfurt, una corriente que estudió el papel de la cultura en la época en que iniciaba el consumo y los medios masivos se preguntó: ¿cuál es la función que le corresponde al arte en la sociedad actual? Varios de sus representantas creían que la cultura era un medio para la reflexión y la emancipación. Por ello al arte habría que protegerlo del consumo banal de las masas y de la industria del entretenimiento; si el arte se ligaba a la vida cotidiana no solo se vulgarizaría sino que perdería su rigor crítico e intelectual. Benjamin vio en tal sentencia un entendimiento pobre tanto de la técnica como de las masas. Sugirió que, lejos de ello, los nuevos medios podrían acercar el arte a una mayor cantidad de personas rompiendo el elitismo de los bienes de la alta cultura.
En ese sentido, la cultura podría ayudar a defender los intereses de las víctimas y ser un punto de apoyo para sus luchas. Pero ¿cómo podemos pedirle eso a un medio que se caracteriza por ser poco solidario, donde el clasismo y el racismo son normales y el ego de los artistas termina por caricaturizar su supuesto compromiso político? Temo que eso es parte de la barbarie que se vive dentro de la cultura del arte contemporáneo, que, paradójicamente es también uno de los refugios del pensamiento crítico actual.
En medio de esas ironías el arte contemporáneo puede mostrar las incongruencias de sentido que hay en una sociedad avanzada como la nuestra. Como lo hace el estupendo artista de origen venezolano Meyer Vaisman, quien además es famoso por su influencia en el mundo comercial del arte. Vaisman, en su obra Barbara Fischer/Psicoanálisis y psicoterapia, del 2000, presenta una escultura tamaño natural de su propia terapeuta. Su cuerpo es rechoncho y está todo pintado de un tono rosa que nos recuerda a un helado de fresa. La mujer luce un sombrero y sostiene un traje de arlequín vacío en sus manos en una pose semejante a la piedad. La escultura se complementa con una serie de fotos donde Vaisman, su paciente, está vestido con el traje de arlequín y tiene expresión melancólica. La pieza nos remite a lo que Zygmunt Bauman escribiera: “Mientras en algunos países crece la prosperidad económica también aumenta el sentimiento de insatisfacción existencial”.
La instalación de Doris Salcedo, Palimpsesto, montada en 2018 en el Palacio de Cristal de España hace que literalmente del suelo emerjan escritos nombres de las víctimas ahogadas en el Mediterráneo. La ingeniería de la obra logró que aparecieran los nombres como si fueran lágrimas que brotan del piso “generando el duelo que la sociedad se niega a hacer”.
Finalmente la obra de Adriana Varejao saca del silencio reprimido la violencia y brutalidad que permanece grabada en la memoria de las sociedades colonizadas. Sus piezas son literalmente fracturas sangrientas que surgen del interior de una límpida pared de talavera y de porcelanas de la época victoriana. Nos recuerdan la peste, las masacres y las violaciones como parte de nuestra historia.
En conclusión: la cultura no es buena por sí misma, porque la misma cultura puede ser barbarie. Lo importante, ahora, es usar todos los medios para salir del episodio desastroso al que hemos llegado.
















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