Columnas
Antes de comenzar con mi primera columna del año, me queda desearles que esté lleno de proyectos para cada uno de ustedes, recordándoles que la cultura de prevención salva vidas.
Por supuesto que esto nos lleva de lleno al tema que menciono en el título de este espacio. Es importante destacar que la tristeza afecta a la población de forma habitual, convirtiéndose en una afección constante, misma que aumenta en un 30 por ciento apenas iniciando el año.
Se dice que el tercer lunes de enero es el día más triste del año, al parecer por cuestiones que tienen que ver con la economía personal, el fin de las fechas decembrinas, etc. No obstante, hablar de la "tristeza" es mucho más complejo de lo que parece.
Desde mi carácter como médico neurocirujano, entiendo y aplaudo el quehacer de los especialistas enfocados a la salud mental, por ello, con mi conocimiento, quisiera explicar qué ocurre en el cerebro cuando estamos tristes.
Cuando nos encontramos en un estado de tristeza, nuestro cerebro atraviesa una serie de procesos y cambios neuroquímicos. Uno de los aspectos más notables es la disminución de la actividad en ciertas áreas, como la corteza prefrontal (encargada de funciones cognitivas superiores) derivando al razonamiento y la toma de decisiones.
Esta disminución puede afectar nuestra capacidad para pensar con claridad o ver las cosas desde una perspectiva positiva.
Además, regiones como el hipotálamo y la amígdala se activan de manera significativa. Estas áreas desempeñan un papel fundamental en la regulación de las emociones.
El hipotálamo está involucrado en la respuesta al estrés y la regulación del sistema nervioso autónomo, mientras que la amígdala está estrechamente relacionada con la gestión de las emociones, especialmente las relacionadas con el miedo y la tristeza.
Esta activación puede desencadenar una cascada de respuestas emocionales y fisiológicas, incluida la liberación de hormonas como el cortisol, asociado comúnmente con el estrés.
Otro aspecto clave es la alteración en la producción y actividad de neurotransmisores en el cerebro. Por ejemplo, la serotonina, un neurotransmisor involucrado en la regulación del estado de ánimo, puede disminuir durante períodos de tristeza. Este desequilibrio neuroquímico puede influir en la aparición y mantenimiento de los sentimientos prolongados de tristeza, contribuyendo a la sensación general de malestar emocional.
En conjunto, estos cambios neurobiológicos muestran cómo la tristeza no solo es una experiencia emocional, sino que, también tiene un fundamento fisiológico en el funcionamiento del cerebro, por eso, en el marco del Día más triste del año, los invito a reflexionar sobre la importancia de darle significado a la tristeza y no dejarla pasar de lado.
Es de suma importancia, que en caso de presentar alguno de estos síntomas, acudan a un especialista de confianza y por ningún motivo minimicen el padecimiento.