Columnas
Los temores de una ampliación por todo Medio Oriente del actual conflicto en Gaza crecen a diario. Los ayatolas advierten a Israel de frenar su ofensiva y cesar los crímenes de guerra contra los palestinos o de lo contrario el “Eje de la Resistencia” iniciará una “acción preventiva”. Dicho eje es una alianza informal militar y política de perfil decididamente antiisraelí, antiestadounidense y antisaudí integrada por los regímenes sirio e iraní, la organización libanesa Hezbolá, las milicias chiíes de Irak (Badr, Kataeb Hezbolá y Asaib Ahl al Haq), el movimiento de los hutíes en Yemen y las organizaciones palestinas de Hamás y la Yihad Islámica Palestina, así como otras formaciones minoritarias. El arquitecto de esta coalición fue Qasem Soleimani, comandante del grupo élite Quds de la Guardia Revolucionaria de Irán, responsable de las acciones militares iraníes en el extranjero y quien murió en enero del 2020 en un ataque con dron cuando salía del aeropuerto de Bagdad.
Su carácter informal hace imposible encontrar la fecha exacta de su creación, pero su nombre surgió como irónica alusión al “Eje del Mal”, aquel famoso epíteto utilizado con candor por del expresidente estadounidense George W. Bush en 2002 para describir una presunta alianza “demoniaca” formada por Irán, Irak y Corea del Norte. Este nuevo eje es un instrumento de Teherán para reforzar su influencia en la llamada “media luna”, un área de Medio Oriente donde la mayoría de la población es chiita. Fue reforzando su cohesión desde la participación de Hezbolá en el conflicto del Líbano (2006) hasta las recientes guerras en Siria, Yemen y contra el Estado Islámico en Irak. El grupo se había debilitado tras el asesinato de Soleimani. No obstante, con el ataque de Hamás ha resurgido con vigor.
El otro gran beneficiario del nuevo eje es el tirano Bashar al Asad, a quien ayudó a salir avante en la cruenta guerra civil siria. Ahora Bashar incluso parece no solo haber salvado el pescuezo, sino también supera el agudo aislamiento internacional. Siria fue readmitida en la Liga Árabe en mayo tras una suspensión de doce años. Algunos países árabes se mostraron entonces consternados por el nivel de vileza y crueldad de la dictadura de Asad, pero otros más bien utilizaron el ostracismo sirio como un aviso a un gobierno demasiado cercano a los ayatolas. Tal sanción fue inútil. Siria siguió disfrutando respaldo militar de Rusia y del Eje de Resistencia y ahora los gobiernos árabes prefieren reanudar sus relaciones con Damasco para tratar de contrarrestar la excesiva influencia iraní y la progresiva descomposición del régimen sirio. Pero esta reconciliación poco aportará para cambiar la compleja ecuación geopolítica imperante en Siria porque socavará el potencial de un futuro proceso de paz basado en una negociación colectiva.