Fabiola Sierra
El 20 de enero de 1981, en su histórico discurso inaugural, el expresidente Ronald Reagan, enumeró las desgracias que se habían acumulado en la década de los setenta en los Estados Unidos producto de un gobierno obeso, omnipresente, centralizado y burocratizado: inflación, desempleo, déficit público, deuda y un gobierno cada vez más ineficiente en el cumplimiento de los servicios públicos. Remató diciendo que en esas circunstancias “el Gobierno no es la solución, el Gobierno es el problema”.
Fue la frase contundente que dio lugar a todo un ejercicio de política económica y de política pública centrado en permitir que fueran las empresas, los agentes privados y no el Gobierno quienes llevaran adelante la tarea de enderezar la economía norteamericana. El gobierno se concentraría en atacar los males sociales primordialmente el narcotráfico y la violencia; y sobre todo en la política exterior logrando un acercamiento sin precedente con la Unión Soviética que culminó con el fin de la Guerra Fría y la caída del Muro de Berlín.
Cuarenta años después, en nuestro país, estamos parados en el mismo momento. El Gobierno encabezado por el presidente Andrés Manuel López Obrador, una y otra vez, socava la iniciativa privada, ataca a los empresarios, desdeña el papel de la clase media como vehículo del cambio social y en un extraño ejercicio de vuelta al pasado quiere sustituir la tareas de los privados a través de la intervención del Gobierno.
Es la estatolatría, la misma que se vivió en los sexenios de Luis Echeverría y José López Portillo: el Estado, mejor dicho el Gobierno como el gran agente del cambio social. Como entonces, hoy se constituyen nuevas empresas públicas, ineficientes y costosas, para reemplazar las tareas que ya realizan los privados: internet, banca, gas, entre otras; al tiempo que se refuerzan las ya existentes (singularmente PEMEX y CFE), derrochando recursos en auténticos cadáveres vivientes.
Apenas esta semana al ser cuestionado el Primer Mandatario sobre si se aplicarían las vacunas Pfizer para adolescentes entre los 12 y 18 años (ya autorizadas para su uso por la COFEPRIS), dijo que no. Que las empresas farmacéuticas sólo querían hacer negocio, que para ello se valían del miedo y que su gobierno tenía otras prioridades.
Son muchas las veces en las que el presidente ha hablado de los empresarios y de las empresas como agentes solo interesados en “hacer negocios”, como se si tratara de algo sucio, turbio, deleznable o moralmente inaceptable. Habla de empresa como un ente demoniaco que busca el beneficio sin aportar nada, desdeña con ello el principio más elemental de la economía: la riqueza no la generan los gobiernos, la producen las empresas. Al arriesgar su capital en un proyecto, los empresarios pueden perder, pero también si tiene éxito generar millones de empleos. La libre empresa, el mercado y propiedad privada son pilares de todo Estado de Derecho. En síntesis: los gobiernos, la mayoría de las veces no son la solución sino el problema principal de un país.