La historia es uno de los recursos fundamentales para una formación crítica de la política. Tradicionalmente, la historia constituye un dique infranqueable con el que se topan las grandes idealizaciones, pues alertan sobre las limitaciones de las megalomanías que saturan las páginas de un universo poco dado a ilusiones. Ilustrarse a través de los hechos más diversos, en donde miserias y perversiones conviven por igual, confiere un patrimonio inigualable para cualquiera que requiera orientación de lo público.
La formación del gobernante incorporó siempre a la historia. Textos como los de Giucciardini o Maquiavelo, como los espejos de príncipe de Dante, los consejos de la razón de estado en Bodin, y hasta las memorias de gobernantes mostrando al mundo una serie de experiencias que muy poca gente viva puede presumir. Todas ellas ilustran, y orientaran el pensamiento político. Mal haría quien crea que estos pasos se los puede saltar, dejando a sus instintos u ocurrencias la iniciativa resolutiva. Nada nuevo hay en el mundo, y mucho menos novedoso resulta la abundancia de orgullosos ignorantes que creen que pueden hacer a un lado las enseñanzas de los grandes maestros.
La historia nos enseña que México es una sociedad de reciente encuentro con la democracia; que su experiencia entorno al respeto del Estado de derecho, es extraordinariamente reciente y los ciudadanos no se conciben en su mayoría como entes responsables que al mismo tiempo que reciben derechos, se les conceden obligaciones sin las cuales la vida en libertad resulta más utópica que la idea de bondad originaria de los pueblos, pues normalmente en nombre de ellos, los líderes han creado terribles monumentos a la intolerancia, muchas veces con el aplauso popular tres de ellos.
Si la educación es un bien adquirido, y si decimos que la democracia requiere de educación para garantizar su existencia, entonces damos por sentado de que, sin educación, las sociedades no pueden ser democráticas. El respeto al otro se conjuga con la exigencia al gobierno del cumplimiento de lo estipulado en la ley, y que no se antepongan pretextos en su sometimiento a ello. Un gobierno no está sometido a un pueblo, está sometido a una constitución, que es la génesis de lo que entendemos como gobierno y como pueblo.
No puedo entender semejante propuesta de que el INE se preste a servir de policía del régimen, a ser la Stasi de Morena al violar los hogares ciudadanos con el mismo cinismo que las policías soviéticas utilizaban para amedrentar ciudadanos y cuidar, cual Santo Oficio, de que nadie atentara en contra de los valores revolucionarios. La historia enseñó una cosa: no hay nada más vomitivo, que un régimen policiaco. A los comunistas, les costó la cabeza.