Por Francisco Castellanos
Estoy convencido de que en México vivimos una época necesitada de curiosidad intelectual y agudeza de criterio, para dejar atrás las costumbres del poder que no han permitido florecer a la democracia como sistema de vida.
Una época de renovación de nuestra visión sobre la democracia y su relación con la transformación política, social y cultural es urgente, sobre todo si se tiene la sospecha, como yo la tengo, de que en el México contemporáneo la democracia ya no puede ser contemplada solamente como un conjunto de reglas sobre quién elige, a quiénes se eligen, cómo se elige y quién verifica el proceso.
Hoy pueden comprobarse los fatales efectos que ha producido en México el abandono de la democracia sustantiva, es decir, aquella que se traduce en: i. permitir la participación efectiva de la sociedad en la toma de decisiones públicas relevantes; ii. la obligación de dictar leyes, planes y políticas públicas que atiendan verdaderamente las necesidades de las personas y no las agendas de partidos y políticos; iii. que haga de los derechos humanos auténticas realidades y no meras letras en la Constitución.
En México pareciera que democracia es únicamente aquello que sucede cada 3 o 6 años, cuando se renuevan los poderes en los 3 niveles de gobierno. Entonces, es ahí cuando todas las miradas de los distintos sectores de la sociedad mexicana se vuelcan hacia el sistema electoral y a las autoridades administrativas y jurisdiccionales en la materia.
En nuestro país -desde luego, no sin razón- todo se diluye en las elecciones y en una sobre regulación de las reglas electorales derivada de la desconfianza mutua de los partidos políticos. Democracia es en México, simplemente, el proceso de renovación de los órganos representativos y el combate de los contendientes por el poder, que creen que serán siempre ganadores o perdedores sin entender que en las democracias no hay vencedores ni perdedores eternos, por el contrario, el signo de nuestros tiempos y de los que vendrán, será el de la alternancia, de modo que quien no de resultados a la población, en las siguientes elecciones será despedido.
Con esto, no quiero decir que la democracia formal no tenga importancia, desde luego que la tiene, porque solamente cumpliendo las reglas para la elección de los representantes populares se logra la legitimidad en el origen del mandato, pero ¿Qué es de la democracia cuando no hay elecciones? ¿A caso desaparece en el inter de una elección a otra?
El desarrollo de la democracia sustantiva en México sigue esperando a que lleguen mejores tiempos. A pesar de los gobiernos democráticamente electos en prácticamente todo México y en todos los niveles, el desarrollo y las oportunidades materiales no llegan, las que existen son escasas, la corrupción y la impunidad no disminuyen, mientras que los sistemas de administración e impartición de justicia -con honrosas excepciones-, en realidad, se han convertido en modelos de obstrucción.
Es hora de enfocarnos en serio, en la parte sustantiva de la democracia, porque ésta es la única vía para proporcionar condiciones de vida digna a la ciudadanía. Elaborar leyes y políticas públicas construidas a partir de una racionalidad y objetividad política de pisos mínimos y consensos máximos, que eliminen las brechas sociales y los privilegios de élites.
Es momento de concentrarnos en la democracia sustantiva, para llevar a México y a su sociedad, a la dignidad que merecemos y hacer efectivo el mandato del artículo 3° constitucional que reconoce en la democracia un sistema de vida fundado en el constante mejoramiento económico, social y cultural de las y los mexicanos. Todo lo demás, es demagogia.