Columnas
La confianza, cuando se afianza un determinado sistema político, termina por anquilosar muchos de los recursos que le dieron vida, cuando la competencia realmente resultaba amenazante. La confrontación promueve la innovación, efectivamente, pero obtiene su potencia no en la mera abstracción, sino en la concretud del hecho a vencer.
Cuando la burguesía, ya encumbrada por sus logros económicos desde los los siglos quince y dieciséis, cuando los banqueros se convirtieron en los patrocinadores de las campañas imperiales durante la Reforma o incluso, fueron promotores incesantes de manifestaciones estilísticas como lo sería el renacimiento florentino, la burguesía sabía muy bien que su posición ya no podía permanecer al margen de los grandes asuntos públicos, de los que eran excluidos por su pertenencia al orden plebeyo.
Recordemos que estas sociedades no fundaban su posición mediante el ingreso, sino por el nacimiento, que igualmente les hacía acreedores de un patrimonio intangible de costumbres remontadas a la tradición, donde jamás se pensó que el dinero fuera el único recurso para adquirirla.
Los siglos dieciocho y diecinueve marcan el definitivo arribo de la burguesía al poder, en donde los bienes por nacimiento se transformaron en recursos económicos. Lo cierto es que existiendo aún una gran influencia aristocrática que intelectualmente imperaría ya entrado el siglo veinte, la burguesía tenía una formidable competencia en un sector que contenía la estupenda heredad cultural de la grandeza de los imponentes reinos occidentales, predisponiendo a que sus miembros, cuál caballeros, fueran dignos de la heredad que se les traspasaba.
La competencia provocó una gradual elevación en la calidad educativa de una burguesía empoderada que ya no podía verse reflejada en una sátira como Moliere hacía en las representaciones del Versalles del siglo diecisiete: Un millonario ignorante que creía que gastando fortunas en clases de todo, podría llegar a igualar en elegancia a los grandes caballeros de la Corte. “El Burgués Gentilhombre” es una representación cómica de la torpeza de un sector que terminaría por elevar sus recursos culturales hasta derrumbar toda oposición a sus valores.
Contemporáneamente la sociedad burguesa impone sus valores -negocios, técnica. comodidad-, aunque sin mucha competencia. Anquilosando no solamente sus otrora recursos inventivos que dieron forma a la sociedad moderna. Su peor error, a diferencia de la nobleza, fue no crear a su interior recursos de coacción con sus propios miembros para evitar su degeneración. A un noble la deshonra lo excluía del prestigio público, pero a los burgueses ¿qué les impide sus excesos? Definitivamente no han entendido por qué la educación -y la ética- es un recurso vital para su sostenimiento como clase en el poder, y que sus hijos no encabecen el escándalo, sino que promuevan lo mejor de los principios que los acrediten como clase gobernante.