Columnas
Junio ha llegado, el mes del orgullo, de las marchas, las banderas multicolor y las selfies en redes sociales que celebran la diversidad. Pero en medio de esta fiesta, vale la pena preguntarnos: ¿Cuáles son las agendas que hoy se defienden desde los espacios públicos? ¿Qué están haciendo quienes accedieron a cargos de representación popular gracias a las acciones afirmativas? Más allá del performance y las palabras bonitas, ¿Qué avances tangibles tenemos? La realidad es que las agendas parecen ser las mismas de siempre y los avances, dolorosamente lentos. Es momento de exigirle a nuestras y nuestros representantes que impulsen causas que respondan verdaderamente a nuestras realidades y no solo a su conveniencia política o electoral.
Generacionalmente hemos abrazado el contrato social propuesto por Rousseau, ese que proclamaba que todas las ciudadanas y ciudadanos eran libres e iguales. Pero desde su origen, esa idea de ciudadanía excluyó a muchas personas. En México, la democracia se construyó bajo un modelo de personas ciudadanas de primera y de segunda. El Estado, sus leyes y sus instituciones se diseñaron con un destinatario muy claro: el hombre heterosexual, blanco y privilegiado.
Durante años, la sociedad mexicana ha estado atravesada por estereotipos inaceptables que limitaron la visibilidad y la participación de las mujeres y de los grupos históricamente vulnerados. Para muchas generaciones, imaginar a una mujer en la vida pública era impensable. Y para quienes pertenecemos a la comunidad LGBTIQ+, la posibilidad de vernos representadas desde nuestras identidades no solo era impensable: era un pecado y un delito.
El siglo XX trajo consigo la gran revolución feminista. Las mujeres conquistaron el derecho a la educación, al voto, al trabajo y, finalmente, al poder. Hoy celebramos que los destinos de México son dirigidos por una mujer, la Suprema Corte de Justicia y el Instituto Nacional Electoral están presididos por mujeres, el Congreso por primera vez en su historia, está integrado mayoritariamente por mujeres. Pero la igualdad real sigue siendo una promesa incumplida: el pensamiento patriarcal aún resuena y no hemos terminado de entender que los espacios de las mujeres en lugares de toma de decisiones no es una concesión sino un derecho.
Poco o casi nada se dice de las mujeres de la diversidad. No porque no hayamos estado ahí, sino porque la visibilidad nos ha sido negada sistemáticamente. Las mujeres lesbianas, bisexuales y trans seguimos siendo relegadas a los márgenes, incluso dentro del propio movimiento LGBTIQ+. En la narrativa dominante, pareciera que la diversidad tiene rostro de hombre y, muchas veces, de hombre blanco. Así, la fórmula de Rousseau se ha maquillado de progresismo, pero sigue reservando los espacios de poder a una élite masculina —ahora diversa, pero igualmente patriarcal— que cree que desde sus privilegios puede hablar por todas.
No nos gusta decirlo, pero es necesario: en México, nacer mujer aún implica condiciones desiguales, pero nacer mujer diversa es sinónimo de invisibilidad, de ausencia de opciones, de discriminación institucionalizada. Mientras no hagamos de los derechos humanos una práctica cotidiana y no una consigna de ocasión, la paridad, la justicia social y el progreso seguirán siendo aspiraciones lejanas para las ciudadanas de segunda categoría en esta, la llamada democracia moderna.
La verdadera paridad implica mucho más que contar cuántas mujeres hay en un cargo. Implica repensar nuestras instituciones, nuestras leyes y nuestras prácticas desde una perspectiva de género interseccional y transversal. Significa garantizar la coexistencia de todas las formas de ser y amar, no como un gesto simbólico, sino como un acto democrático profundo.
La marcha es importante. La bandera también. Pero ningún símbolo sustituye a una agenda clara, transformadora, valiente. Hoy más que nunca, urge exigir a quienes nos representan que no se queden en la superficie del orgullo, que no desfilen en nombre de causas que no entienden ni acompañan. Que legislen, que gobiernen, que sirvan y que lo hagan con nosotras, no solo por nosotras.
Andrea Gutiérrez