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El pastel de chocolate

El pastel de chocolate

Columnas viernes 17 de marzo de 2023 -


“Eros” es la fuerza para realizar. Entendiendo “eros”, según la noción de Platón expuesta en “El Simposio”, comprendiéndolo como “deseo”. El deseo se incuba en el “otro” a partir del primigenio contacto con los sentidos, que poco a poco provoca en el sujeto el propósito de su universalidad. Es como cuando comemos un rico pastel de chocolate, el primero de todos ellos nos dio la prueba primigenia que cuando adquirimos la experiencia suficiente, al repetir el hecho -comer diversos pasteles de chocolate-, podemos fijarnos un criterio universal desde el cual juzgamos posteriores experiencias, pues discernimos, categorizamos y deseamos unos pasteles y hasta rechazamos otros, según desarrollemos el gusto.

El deseo atrapa, cautiva, es manifestación del placer, pero también de la carencia, como cuando soñamos con el ser amado, al que fervientemente deseamos, que se encuentra en nuestros pensamientos, y no podemos alejarlo porque ha subyugado nuestra mente que se inspira y cohabita en una nube hiperbolizada donde todo lo perfecto cobra realidad. El deseo por el ser amado que no se tiene, porque si se tuviera, ya no sería deseo.

El deseo radica en la idealización de un fin que al ser perfecto, nos sirve de estrella guía para juzgar nuestras acciones. Para Platón, comprender la ciudad justa, como lo hace en su diálogo “La República”, reconoce como este deseo por lo justo, conmina al gobernante a pretender la realización en el mundo de eso universalmente deseable, de allí que el gobernante posea virtud (areté), y no sea un burdo esclavo de las más groseras pasiones que ha de conformarse con duras migajas de su ignorancia, despreciando la estrella guía de la razón. La razón se educa, porque los ciudadanos deben de ser conducidos conforme los principios críticos del “lógos”, y no del capricho y el berrinche que contenga las más oscuras intenciones.

El deseo compromete con el absoluto, y también con un pasado que constituye nuestro presente, que aprendemos de la herencia que consumimos en nuestras lecturas, de los que como dice el poeta alemán Hoelderlin son “Los que duermen”, de los gobernantes virtuosos que no se envilecen en la calumnia, sino que se engrandecen con lo mejor de la humanidad, y dicen de sus maestros de otros tiempos: “oh durmientes, veláis conmigo/y en mi alma permanece vuestra imagen. Y así vivís, más vivos que nunca (...)”.

Nuestros maestros, los que nos dieron a probar ese primer trozo de pastel de chocolate y que terminaron por elevarnos a las alturas de lo celestial, es lo que siempre un ser virtuoso, un gobernante, además de agradecer, debe practicar, bajo el poder del más grande de los dioses: Eros, quien nos trae a los que amaremos por siempre.




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