Desde hace muchos años Turquía es una pesadilla para la OTAN. En los años noventa trató de bloquear el ingreso de países europeos del Este para presionar a favor de su intento de ingresar a la Unión Europea, sin éxito. En el 2009, Erdogán trató de impedir el ascenso a la secretaría general del danés Anders Fogh Rasmussen.
Hace un par de años crecieron peligrosamente las tensiones entre Ankara y Atenas en torno a zonas del Mediterráneo oriental ricas en hidrocarburos. También el gobierno turco rechazó comprar el sistema antiaéreo y antimisiles estadounidense Patriot para adquirir el ruso S-400, mantiene la ocupación del norte de Chipre en contra de la legalidad internacional y ha intensificado sus intervenciones en Siria, Irak y Libia. Ahora se trata del veto al ingreso de Suecia y Finlandia.
La incorporación de Finlandia y Suecia se impone ante la evidente agresividad rusa y su determinación de reclamar una “área de influencia”.
Erdogan exige a Helsinki y Estocolmo dejar de proteger al movimiento kurdo PKK. También pide a los dos países nórdicos levantar el veto a venta de armas a Ankara, impuesto en 2019 tras la intervención turca en la guerra de Siria. Asimismo, quisiera el fin al veto norteamericano a la venta de aviones F-35. Turquía tiene su propia agenda, la cual no siempre coincide con los intereses de sus aliados.
Erdogán y Putin, son dos “hombres fuertes” con una concepción autoritaria similar de ejercicio del poder y una política exterior reivindicativa de las antiguas zonas de interés imperiales.
Por eso el presidente turco se ofrece como mediador y ha decidido cerrar el Bósforo a la navegación de buques de guerra mientras dure el conflicto. Esta es una equidistancia claramente contradictoria a la membresía turca en la OTAN.
Se trata de un juego arriesgado, habida cuenta de la actitud
abiertamente favorable de Estados Unidos a la entrada de los dos países nórdicos a la Alianza y el cansancio de todos los aliados ante un socio tan manifiestamente desleal.
Ante la actitud turca podría darse alguna concesión no esencial, pero ceder por completo comprometería el futuro de la OTAN de forma sustantiva y significaría perder credibilidad disuasoria frente a Rusia.
De seguir Turquía con su actitud intransigente, la OTAN deberá optar entre una alianza cohesionada y basada en la lealtad mutua o mantener en su seno a un país estratégico, pero en el cual no se puede confiar en momentos difíciles. Por su parte, Turquía poco ganaría y sí perdería mucho si saliera de la OTAN. Posee una compleja historia imperial, unas fronteras muy volátiles y su relación con Rusia es ambivalente.
A final de cuentas, Erdogan hará cualquier cosa con tal de cumplir con su principal objetivo: mantenerse en el poder.