El ultrabarroquismo de Rubén Ortiz Torres

Rubén Ortiz estudió en la UNAM. Melquiades Herrera y Felipe Ehrenberg fueron influencias decisivas en su interés por el lugar que tiene la cultura popular en la era global y el sentido con el que se transforma.

¿De qué está hecha la cultura que consideramos propia? ¿Qué es lo auténticamente latinoamericano? Son dos cuestiones que atraviesan su producción artística. La identidad propia y los procesos culturales generados desde Latinoamérica son géneros barrocos porque no hay nada considerado como propio que no esté intersectado, en diálogo o en conflicto con las influencias ajenas. Por ello, la identidad definida a partir de pertenecer a una frontera nacional es un mito que se desborona si nos damos cuenta de las mezclas y las hibridaciones entre las que nos desenvolvemos.

El barroco más que un estilo es un comportamiento. Barroco en portugués quiere decir perla irregular o imperfecta. En la actualidad este término es traído a las artes ya no solo para hablar del estilo de expresión dramático y exuberante del siglo XVII sino para nombrar la capacidad de integrar múltiples referencias, y combinar infinitamente elementos que pueden ser contradictorios en su origen, pero que son usados para la renovación y la supervivencia de lo propio. El arte latinoamericano integra lo indígena, lo popular mestizo, lo europeo y recientemente también se apropia de elementos de la globalización. Para el crítico Victor Zamudio-Tylor es un arte ultrabarroco, que no pierde su identidad sino que la refuerza a partir de lo ajeno.

La obra de Ortiz Torres toma conciencia clara de ese barroquismo que caracteriza el comportamiento cultural latinoamericano: absorber al enemigo y usar sus herramientas en beneficio del interés propio. Es así como su obra invade los lenguajes, los códigos y los materiales del arte posmoderno americano pero los aplica a contextos, a personajes y a usos de la cultura popular latina. Algo que rechazan estéticas como la formalista e incluso algunas tendencias del minimalismo, que al contrario, se centran en el puritanismo y el control racional.

En obras como América blanqueda (2017), una pintura monocromática blanca que nos recuerda a los formalistas que buscan la pureza del color, Rubén se apropia de ese discurso para hablar del racismo existente y cómo se intentó blanquear a la población originaria de nuestro continente. Otra de sus series es Belleza impura (1999). Utiliza la pintura industrial automotriz con la que se decoran en modo kitsch autos en algunas competencias, y crea pinturas cuya superficie nos remite al lujo y hedonismo americano, pero que encierran mensajes que pueden ir desde la bandera anarquista a nombres de grupos de rock.

Otras obras de él son las recreaciones que hace de cuadros de Picasso para situarlos en las realidades latinas. En vez de representar a las señoritas de Avignon, Ortiz Torres habla a partir de la técnica de Picasso sobre la explotación sexual en la frontera de Tijuana; también pinta un Micky Mouse para el público mexicano, cuya pose es con un sombrero charro en la pose de holgazan machista.

Sin duda es una de las exposiciones más relevantes para visitar en el comienzo de este año.