Habían pasado solamente 10 días, después del 8 de marzo en donde miles y miles de mujeres (que fueron más de las 90 mil que contó el gobierno del la Ciudad de México), marcharon para demandar la NO VIOLENCIA hacia las mujeres, cuando en el mismo espacio donde se concentraron, madres, hijas, abuelas, padres, hermanos, hermanas, amigas… de mujeres violentadas, se dio un acto atroz contra una mujer, la Ministra Presidenta de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, Norma Piña Hernández.
Estos actos, son resultado de lo que la ONU ha definido como discurso de odio, que es “cualquier forma de comunicación de palabra, por escrito o a través de comportamiento, que sea un ataque o utilice lenguaje peyorativo o discriminatorio en relación con una persona o un grupo”. El fin y el fondo es excluir, humillar y violentar, casi siempre por considerar a personas como “diferentes”.
Estamos viviendo tiempos complejos en cuanto a seguridad, paz, tolerancia, respeto y pluraridad, estamos viviendo tiempos violentos hacia las mujeres, por lo que no podemos ni debemos permitir que esto siga sucediendo para nadie, para ninguna, sin importar si pensamos igual o de manera diferente.
Las palabras tienen un poder muy fuerte en los seres humanos, si no que se lo pregunten a aquel que le dijeron “que no servía para estudiar”, se lo creyó y abandonó la escuela hipotecado así su futuro. Dejemos de engañarnos y de invisibilizar que las palabras son indefensas, la UNESCO indica que los insultos y las teorías conspiratorias en contra se propaga a bajo costo sin barreras y rápidamente valiéndose del internet y de todos los medios posibles para crear el impacto que se busca.
Van Dijk, en su texto Discurso y Poder, describe y analiza de manera minuciosa el efecto de las palabras al configurarse como discurso, y parte de la definición de poder, y lo explica como “el control que se ejerce al otro”, este se fundamenta en recursos privilegiados y esto configura el impacto de quién efectúa el discurso. Por lo tanto, la violencia política, simbólicamente, reside en el discurso, y el discurso tiene historia e impactos distintos ya que depende de quién lo emita.
Por eso, ni en este ni en otros casos, como lo he dicho anteriormente, debemos aceptar que nadie por medio de la palabra por medio del discurso violente a una mujer, a un hombre, a una niña, a un niño, a un adolescente, a nadie.
Debemos mostrar que es posible construir un camino de diálogo. Un diálogo en el que las discrepancias y la dialéctica argumentativa se impongan sobre el odio y la descalificación, porque como ya lo mencionó Alphonse Daudet "El odio es la cólera de los débiles".
MTRA. ROSALIA ZEFERINO SALGADO
ASESORA EN COMUNICACIÓN ESTRÁTEGICA E IMAGEN PÚBLICA