Ya salió el documento de la semana en el que se desprecia a México por no cumplir con estándares de excelencia e integridad diseñados y evaluados por alguien más. En esta ocasión le tocó al reporte del World Justice Project. Este reporte, en su cuarta edición, pretende ser la medición independiente más completa sobre adhesión al Estado de Derecho de los 32 estados del país. La calificación va de 0 a 1, 1 siendo la máxima.
El WJP engloba el Estado de Derecho en 8 factores: límites al poder gubernamental, ausencia de corrupción, gobierno abierto, derechos fundamentales, orden y seguridad, cumplimiento regulatorio, justicia civil y justicia penal. La muestra estuvo compuesta de 12800 ciudadanos a lo largo de todo el país, y 2100 especialistas en los factores mencionados. Los estados con puntajes más altos fueron Querétaro, Yucatán y Guanajuato. Los más bajos, Quintana Roo, Morelos y Guerrero.
Entre las principales preocupaciones del documento está el debilitamiento de los contrapesos institucionales y cierre del espacio cívico: hubo un deterioro de contrapesos de los gobernadores en 17 Estados, tanto de la efectividad de los otros poderes como de la sociedad civil y la prensa. En el mismo sentido, identificó un deterioro de los Sistemas de Justicia: En el área de justicia penal, el puntaje cayó en 14 estados, específicamente en la garantía de los derechos de las víctimas y la adhesión al debido proceso.
Curiosamente, el rubro mejor calificado fue el de la seguridad, pues los puntajes subieron en 19 entidades, y la sensación de seguridad subió en 24 estados. Esto último parece no tener sentido, pues es la narrativa de fracaso contra la inseguridad la que pretende encuadrar la evaluación de este sexenio, internacionalmente.
No pretendo ser cínico, pero tampoco se trata de tragarnos todo lo que nos manden y sin hacer gestos, sólo porque trae numeritos. En primer lugar, México siempre sale mal calificado porque el estándar suele premiar los sistemas judiciales distintos, que llevan siglos (no es exageración) privilegiando los arreglos extrajudiciales y las sentencias económicas. En segundo lugar, muchos de los indicadores de la lucha contra la corrupción del WJP y otras organizaciones similares, están creadas específicamente para que salgan bien calificados los países de cierta cultura política e idiosincrasia (porque ellos crean sus estándares de excelencia, espejo en mano). Países en los que, más que no haya corrupción, esta es más sofisticada o se centra en procesos que la cultura que diseña los indicadores, no ve como prácticas corruptas (esos indicadores, por ejemplo, no señalan los casos de empresas de un país que son investigadas o acusadas de corrupción en otros).
No se trata de despojar de todo valor los trabajos de diagnóstico independientes, pues sí lo tienen, sólo me interesa matizar su autoridad y su supuesta neutralidad. Hace poco salió la Encuesta Nacional de Calidad e Impacto Gubernamental del INEGI, y si revisamos los datos, constatamos que México tiene corrupción, sin duda, pero una parte del problema es de comunicación y cultura política (86% de los mexicanos creen que las autoridades son corruptas, pero menos de 15% sufrieron efectivamente actos de corrupción).
Tampoco podemos dejar de lado que los mexicanos estamos formados para despreciar a la autoridad y desconfiar de ella. A todos los niveles, y mientras más cercana, peor. Y termino con una reflexión más incómoda todavía: ¿por qué la percepción de la corrupción y las bajas calificaciones en todo lo que, supuestamente, deriva en perjuicio de la población, no se ha traducido en repudio en las urnas? Hablo de cualquier escenario que implique un castigo rotundo a esa corrupción generalizada, ya sea el voto masivo contra el partido en el poder o un abstencionismo escalofriante, que muestre un desencanto total hacia las autoridades políticas.
De nuevo, no estoy negando ningún problema, ni en carácter ni en magnitud. Lo que pongo en duda es la efectividad de indicadores, criterios y calificaciones que durante años aceptamos como la fotografía incuestionable de lo que nos quisieran implicar. Hoy, simplemente no es tan claro ni qué es lo que realmente dicen ni para qué sirven.