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Ética y ¿política? pública

Ética y ¿política? pública

Columnas lunes 24 de agosto de 2020 -


Construir un comportamiento ético conlleva identificar a quien predica con el ejemplo, adiestrarse y adiestrar de la misma forma, para crear un círculo virtuoso. La conducta ética carece de filtros. Se distingue de las demás conductas. Lo mismo en casa, las aulas, el trabajo, el deporte, etc. No creo que exista opinión en contrario.
La ética individual legitima procesos colectivos. La política pública debe partir de ello, para no ser simplemente una “pública política”. Aquí, el orden de los factores sí corrompe definitivamente el producto. No es lo mismo crear política pública real, que publicitar lo que aparenta serlo.
Cada miércoles tengo el honor de orientar la discusión sobre políticas públicas y sociedad civil, dentro de la maestría en Políticas Anticorrupción que se imparte en el Instituto Nacional de Ciencias Penales. Detectar problemas y establecer soluciones a través de programas de gobierno pudiera ser una obviedad para ilustrar la misión de la política pública. Empero, nada es tan sencillo en tiempos de paradigmas rotos en el ejercicio de la acción gubernamental.
Con mis alumnos, en su mayoría dedicados profesionalmente a combatir la opacidad de las entidades oficiales, he podido reafirmar mi convicción de que la política pública no cumplirá su objetivo en tanto no reivindiquemos desde raíz el originario concepto de “política”.
Las tradicionales formas de acceder al poder se han visto transformadas por la tendencia a transparentar la ruta que debe andar el líder, su movimiento, el partido político y la disputa electoral. La sofisticación propia del mundo que vivimos hace parecer los fundamentos de la política una novedad; sin embargo, todo extremo lleva a su opuesto y esta modernidad exhibe a la vez el instinto primitivo del hombre en la búsqueda del poder, que se traduce en traiciones, intrigas, crímenes, corrupción. La política pública y las mejores intenciones de los “hombres de gobierno”, se ahogan en ese pantano.
En materia de seguridad pública y justicia penal, por ejemplo, las amenazas están consensuadas. La delincuencia organizada afecta al sector productivo y al común al ciudadano promedio; sin embargo, para enfrentar esas amenazas, los esfuerzos se aíslan y hacen de un problema general decenas de conflictos particulares.
Hemos fallado. En la tarea de gobierno encontramos demasiadas urgencias cotidianas como para dedicar tiempo a cuestiones verdaderamente relevantes y, cuando se trabaja en ello, vienen los cambios de administración y se comienza de cero. Esa costumbre de reinventarnos cada elección es por sí misma una falla en nuestro método para construir política pública.
La ética como motor de la política y ésta como constructora de la política pública, parece ser una fórmula correcta para pensar en las próximas generaciones y no en las siguientes elecciones.
Sería deseable que, en tiempos de cambio, tomadores de decisiones y aspirantes al poder, lo consideren seriamente. Éticamente. Reivindicar la política a través de sus fundamentos. No destruirla a partir de sus históricos defectos, porque todos saldremos perdiendo.


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/CR

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