Yo soy abogado, pero nunca deja de sorprenderme la visión, entre inocente y obtusa, que suele tener mi gremio cuando pretende analizar problemas que trascienden su zona de confort.
Cuando tenía pocos días de haber iniciado el conflicto bélico entre Rusia y Ucrania, invitaron a un amigo mío, experto en teoría de la guerra y seguridad nacional, a dar una plática contextual a los alumnos de la carrera de derecho, de una universidad privada. Horas después le retiraron la invitación, porque habían decidido que diera la conferencia una persona cuya especialidad era derecho de los tratados internacionales, además de que tenía cierto “street cred” porque había sido agregado de alguna materia inocua en algún país de dimensiones microscópicas y latitudes insondables. Ignoro si el bateador emergente fue bueno o malo; lo curioso fue el criterio que se utilizó para hacer el reemplazo.
La guerra y la diplomacia, la estrategia militar y el derecho internacional público, son todos tópicos apasionantes, y con algo de buena voluntad podemos encontrar puntos de contacto, pero no demasiados, y definitivamente no se subsume uno en otro. De hecho, las acciones militares suelen ser el punto de quiebre que delimita la competencia de un político y un soldado; de un analista y un estratega; de un panelista todólogo de TV y cualquier otra persona. Lo cierto es que mientras un conflicto bélico esté en marcha, mientras no haya un alto al fuego, los abogados tenemos poco que decir para comprender la evolución del mismo, y para proyectar horizontes de conclusión, temporal y definitiva (no necesita uno ser abogado para saber que si un misil cae en su vecindario, la discusión de un precepto legal puede esperar).
Lo que hay que observar son los factores económicos y geopolíticos, hasta sociales (el ánimo de la población y de las tropas de los países involucrados), en fin, casi cualquier factor pesa más que el jurídico. Luego hay tiempo para juzgar las acciones conforme al derecho de guerra, y siempre el ganador peleó una guerra más limpia que el perdedor (casualidad que se ha repetido desde que existe el derecho de guerra).
Hagamos un ejercicio del estado actual del conflicto, para ejemplificar: quince países de la zona del euro tienen una inflación anual de más de 2 dígitos. El precio que más influye en la inflación general es el de los energéticos y los alimentos, porque es transversal y, en conjunto, son bienes de demanda inelástica (el aguacate tiene sucedáneos pero la canasta básica, en conjunto, no).
Europa depende de Rusia y Ucrania sobre todo para dos cosas: energía y alimentos almacenables. Máxime cuando son de los pocos países donde la ola de calor no va a arruinar las cosechas. Con estas tres premisas ya podemos sacar conclusiones, obvias. Las primeras cuatro semanas de la guerra, Europa tenía a Putin contra las cuerdas. Ahora el balance de ventaja se ha volteado, si no completamente (Rusia sigue sufriendo consecuencias severas), sí ya un poco más equilibrado. Es un asunto específicamente europeo y geopolítico, porque no es fácil trasladar combustible vía marítima en cantidades de millones de barriles diarios. Los propios países europeos están buscando la manera de salvar cara y seguir aprovechando los insumos rusos y ucranianos, sin condonar la guerra pero mediante una tercerización muy básica. Si los granos van de Rusia a Turquía y de Turquía a otros países, ahí ya no se le está comprando a Rusia. Si se dejan pasar los productos ucranianos, será porque también se levanten algunos embargos estratégicos a los rusos, porque no le convienen a nadie. Esta es la triste realidad: el apoyo de Occidente a Ucrania está siendo cada vez más costoso, y es cada vez más asimétrico (Alemania tiene una relación comercial con Rusia casi tan buena como siempre, y España no puede ni pagar la luz de las oficinas públicas).
La legitimidad de los gobiernos a nivel doméstico es más importante que su imagen internacional (porque si te derrocan, ahí acabó todo, no importa la diplomacia), y nada golpea más a la legitimidad interna que la carestía de la vida (aún más que la inseguridad) y los gobiernos europeos no pueden contenerla, en parte por su propias decisiones políticas. El país que más puede influir en contener la inflación y dejar que todos los países tengan una “victoria” rentable con sus electorados, es Rusia, al día de hoy. Y no hay tratado que los saque de esta.