Columnas
El ciudadano de a pie está familiarizado con la jugada conocida como “cortina de humo”; se magnifica un tema o se provoca una aparente crisis manejable, para desviar la atención de otro tema, u otra crisis, que son las que tienen importancia real. Casi siempre es falso; es decir, no todo lo que dice tu tío Filemón que es una cortina de humo, efectivamente lo es; más bien suele ser una racionalización de su propia ignorancia o una simplificación de la realidad para adecuarla a sus prejuicios.
Pero en esta ocasión, al final del sexenio, creo que sí presenciamos una variante de lo mismo, que podemos denominar una fiesta de cuetes, una saturación de temas diversos en la agenda pública, para que ni los medios, ni las partes interesadas, ni nadie, puedan dirigir la totalidad de su atención y recursos hacia uno de ellos.
Al presidente le está saliendo bien. La misma semana se habla de los secretarios “impuestos” a la nueva presidenta, de la reforma judicial, de los militares, de la desaparición del CONEVAL, de la mayoría calificada, de la relación comercial con EU, del futuro de PEMEX, del tema de SEGALMEX, y otros tantos. No es que esa cantidad de asuntos no existan en la vida pública, siempre están ahí. Lo peculiar es que de todos ellos SE HABLE en las primeras planas, interrupiéndose mutuamente, a un mes de cambiar el gobierno, hacia un sexenio de continuidad plena (se supone) en la elección menos controvertida aún que la del 2018. Esta agenda coyuntural no parece de transición, sino de año 3. No tiene sentido aparente.
El reto aquí es saber cuáles son las cosas que efectivamente le interesan al gobierno (entrante y saliente) y cuáles son distractores o tiros indirectos contra algún actor, es decir, algo para negociar otra cosa a cambio de matar el tema. Lo importante es que, la impresión generalizada para obradoristas y antiobradoristas, es la misma: “ahora sí”. Para unos, ahora sí se acabaron los privilegios (de quien sea), ya se subyugó la oposición, y tendremos un México 100% obradorista, porque el plan C va. Para otros, ahora sí ya se acabó la democracia en México y “ya valimos”. Lo dicen así, y así lo reproduzco, para mostrar que esa convicción, que causa embriaguez y pánico por igual en la población, no tiene de suyo ninguna substancia ni puede desarrollarse hacia nada en concreto. Y es que esas esperanzas y miedos, por su grandilocuencia, son plenamente emocionales, no tienen atrás, efectivamente, nada. Ni los que actúan como si hubieran consumado la revolución francesa por “sacar al PRIAN” ni los que se la pasan haciendo comparaciones superfluas de México con Venezuela merecen demasiada atención, más que por morbo.
Los verdaderos temas que enfrentará el nuevo gobierno, así como sus primeras crisis mediáticas y políticas, no están en el horizonte porque nunca lo están, no pueden preverse, la política es así. AMLO tuvo el desabasto de gasolina, la amenaza de aranceles de Trump, la pandemia. Nada de eso estaba ni podía estar en las prospectivas de nadie en 2018.
Las reformas están dirigidas, estructuralmente, a provocar la rotación de las élites ahí donde no la ha habido: el poder judicial y las instituciones autónomas que conforman el exoesqueleto estatal, creadas con la pulverización del poder público. Lo peculiar es que esta mayoría calificada en diputados, que no alcanzará en el senado, es muy parecida a la que tuvo los 3 primeros años del sexenio, y fácilmente pudo llevar a 10 diputados y 5 senadores a su molino, si hubiera querido. Pero no lo hizo, y ese trienio fue tímido para hacer reformas radicales a la constitución. Prefirió sacar leyes y decretos que el poder judicial tiró. Por algo será.
En lo que respecta a los temas específicos más “calientes”, sugiero estos puntos de partida:
a)Los órganos autónomos que pueden tener un impacto real en la economía del país, que son el INEGI y el Banco de México, no se tocan con las reformas. Esto es por diseño, también.
b)El poder judicial cambiará, en el sentido de que unas familias serán expulsadas de su feudo, y entrarán otras. Los gobiernos antisistémicos de mayoría provocan eso, en todos lados, y en todas las épocas donde se han instaurado.
En México hubo mayorías relativas o de fractura desde 1997, y eso, de forma natural, crea contrapesos. Pero hay que analizar históricamente cuáles han sido fuerzas defensoras de la constitución y la democracia, y cuáles han sido feudos personales o familiares, como la COFEPRIS antes de la intervención de gabinete, o algunos circuitos judiciales.
No es que se haya acabado la democracia, porque ahí donde se respeta el voto popular, la hay. Simplemente las personas se están dando cuenta de que democracia no es igual ni a desarrollo ni a separación de poderes, ni a días soleados, ni a esas otras cosas que le cuelgan. Bienvenidos, ahora ya lo entienden.
El presidente se irá como llegó: concentrándose en una comunicación política eficaz. Eso le bastó para ganar las elecciones dos veces, y eso seguirá haciendo, hasta el último día.
Los opositores seguirán haciendo, también, lo que han hecho hasta ahora: tragándose todas las que les manden, las reales y las de salva. Y por eso están como están.