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LA VITALIDAD DEL CAMINO

LA VITALIDAD DEL CAMINO

Columnas lunes 15 de noviembre de 2021 -

La falta de ejercicio físico ha detonado otros padecimientos más allá de la pandemia que actualmente estamos viviendo. El aislamiento social limitó las actividades al aire libre, la asistencia a los centros de recreación o los simples paseos en las zonas aledañas a los conjuntos habitacionales.

Este sedentarismo forzado nos indujo a ganar peso, a padecer enfermedades cardiovasculares y a continuar “protegidos” en el refugio del hogar, como los chimpancés que, aun abriéndoles la puerta de la jaula, se niegan a abandonarla, acaso porque consideran irreal el mundo que los rodea.
Pero los paseos al aire libre, nos dicen los médicos, son fundamentales para revitalizar la circulación de la sangre y la oxigenación del cerebro, para rearticular toda clase de funciones somáticas y, desde luego, para reestablecer la relación con nuestros semejantes, quienes también han vivido un largo proceso de hibernación, a semejanza del oso en la montaña.

Los paseos, el arte de caminar y disfrutar de la arquitectura de una ciudad o del valle, el bosque y los ríos, tienen una larga tradición en las artes y la filosofía. Aristóteles acostumbraba a caminar entre los pórticos y jardines de Atenas, mientras dialogaba e instruía a sus discípulos, por esta razón fueron conocidos como “peripatéticos”, los que caminan alrededor.

Otros pensadores, como Séneca, recomiendan el contacto con la naturaleza para recibir su energía y el danés Kierkegaard deambulaba por las calles de Copenhague en busca de las ideas que podría desarrollar más tarde. Un caso proverbial de dichos pensadores lo representa Immanuel Kant, el célebre ciudadano de Königsberg, quien diariamente hacía un recorrido vespertino que iniciaba a las 5 en punto y competía, en precisión, con la campanada de la catedral, después se refugiaba en su estudio para continuar lidiando con sus imperativos categóricos.

Pero en el siglo XIX, el norteamericano Henry David Thoreau hizo del paseo toda una “poética filosófica” y la desarrolló en la obra que lleva por título “Caminar”, donde detalla este ejercicio que consiste en un regreso preliminar al estado salvaje de los bosques, para gozar de la libertad total y del contacto con la naturaleza.

Thoreau ha sido uno de los pocos filósofos que conjugó la teoría con la práctica y construyó una cabaña a las orillas del lago Walden, en el estado de Mississippi, para alejarse del ruido de su pueblo natal, Concord, donde ejercía el trabajo de agrimensor, sin gran entusiasmo, ya que solo le interesaba la odisea del vieje, como una excelente manera de recuperar la virilidad perdida.

A quienes quisieran seguir su doctrina, Thoreau les recomienda: “si te sientes dispuesto a abandonar padre y madre, hermano y hermana, esposa, hijo y amigos, y a no volver a verlos nunca; si has pagado tus deudas, hecho testamento, puesto en orden todos tus asuntos y eres un hombre libre; si es así, estás listo para una caminata.”


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