Acierta el filósofo Yuval Harari al señalar a la crisis de Ucrania como determinante para el futuro de la humanidad por dirimirse en ella si se mantiene como fundamental el principio de la solución pacífica de conflictos en las relaciones internacionales, o volverá a regir en ellas la ley de la selva. El Autor de “Homo Deus” dice: “En las últimas generaciones las armas nucleares hicieron impensable la guerra entre potencias y las forzó a buscar modos menos violentos de resolución de conflictos…. la economía global pasó de basarse en las materias primas a fundarse en el conocimiento.
Las minas de oro, los campos de trigo y los pozos petroleros fueron las fuentes de riqueza del pasado. Ahora, en cambio, es el conocimiento, el cual no se puede adquirir por la fuerza, por ello la conquista ha declinado”.
Proscribir a la guerra y al “derecho de conquista” ha sido objetivo central del derecho internacional. El Pacto de la Sociedad de Naciones (1919) y el tratado Briand-Kellog (1928) condenaron el recurso de la guerra para la solución de controversias internacionales. El artículo segundo párrafo cuarto de la Carta de las Naciones Unidas establece: “los países miembros se abstendrán de recurrir a la amenaza o al uso de la fuerza contra la integridad internacional o la independencia de cualquier Estado. El estatuto de la Corte Penal Internacional ya tipifica el crimen de agresión como ”el uso de la fuerza armada por un Estado contra la soberanía, la integridad territorial o la independencia de otroo, o en cualquier forma incompatible con la Carta de las Naciones Unidas”.
Evidentemente, este sueño de proscribir la guerra ha sufrido infinidad de reveses y avatares, pero la guerra como instrumento de las relaciones internacionales, sobre todo entre las potencias, ha declinado en los últimos 70 años. Se había instituido de manera incontestable un Ius contra Bellum como rector del proceder legítimo mundial. Pero con el ascenso de hombres fuertes al gobierno de dos de las principales potencias mundiales, Rusia y China, las cosas han cambiado.
Xi y Putin se han propuesto restaurar las “esferas de influencia” de las potencias y relativizar los conceptos de democracia, derechos humanos, inviolabilidad de las fronteras y soberanía. Tratan de reafirmar sus respectivas esferas de influencia (las cuales abarcan a toda la ex URSS, el área del mar de Sur de China, Taiwán, Hong Kong y Xinjiang) a través de supuestos vínculos históricos “inalienables”. El tema es particularmente relevante para Putin, por eso en su discurso de antier, donde reconoce la independencia de las regiones de Lugansk y Donetsk, trató de deslegitimizar la existencia misma de Ucrania al declarar: “Ucrania nunca había tenido una tradición verdadera como Estado… fue creada por capricho de Lenin”.