Al pueblo cubano, con solidaridad y afecto.
Francisco Castellanos
La autocracia -poder político concentrado sin control efectivo- ha tenido diversas máscaras a lo largo de nuestra historia como sociedad política organizada.
Previo al año 1789, los Luises tuvieron el poder absolutista en Francia, bajo la máscara de un designio divino que obligaba al pueblo francés a arrodillarse ante la majestad de una persona, el rey. Teniendo como origen ese poder divino, la monarquía exprimió a su pueblo durante siglos, hasta que secó toda su paciencia y lo orilló a levantarse en una lucha armada que buscaba el reconocimiento de derechos humanos.
En Alemania, luego del amplio respaldo que logró en la elección de noviembre de 1932, quedó conformando un gobierno de colación con el partido nazi y los conservadores nacionalistas. Una vez en el poder, tras la máscara de la voluntad popular, al amparo de la Ley para el remedio de las necesidades del Pueblo y el Reich, Hitler comenzó a suspender derechos y libertades y eliminó a la oposición política, con los resultados fatales que la historia nos dejó.
En Cuba, la revolución encabezada por Fidel Castro y Ernesto Guevara buscaba, paradójicamente, remover la dictadura de Fulgencio Batista. Una vez en el poder, con la máscara de que la revolución representaba el anhelo de libertad de las y los cubanos, el régimen se caracterizó por la dominación represiva; elecciones de Estado; ausencia de contrapesos parlamentarios y un poder judicial prácticamente subordinado al ejecutivo; la restricción al ejercicio de derechos humanos y el exterminio de cualquier oposición política.
Estas son algunas máscaras que adopta la autocracia como forma de gobierno. Apelando a los orígenes divinos; a la voluntad electoral o a las aspiraciones libertarias del pueblo, los gobiernos autoritarios toman el poder; lo concentran; disuelven o debilitan los controles y contrapesos; construyen un circuito cerrado de ideología política en el cual no existe espacio para otras expresiones y fuerzas sociales distintas; y basan su legitimación no en la auténtica voluntad del pueblo expresada en la Constitución, sino en la represión y la obediencia-castigo.
En sus formas más extremas, la autocracia no solamente busca excluir a los destinatarios del poder de su participación legítima en la voluntad estatal, sino incluso, pretende moldear la vida privada, el alma y las costumbres de las personas, estableciéndoles como deben ver el mundo y vivir su vida de acuerdo con una ideología dominante y única correcta.
Hoy en Cuba, el pueblo ha salido a tomar las calles para decirle al régimen heredado de la revolución, que ya no quiere más ese sistema de dominación y que necesita vivir a plenitud sus libertades y derechos bajo un esquema democrático. El gobierno se presenta como el auténtico intérprete de la voluntad del pueblo, para recordarle al pueblo mismo, que su verdadera voluntad no es un régimen de libertades y democracia.