Por Luis Monteagudo
Los principios característicos de la razón de estado, obligan a la manutención de la estructura por encima de cualquier obstáculo que la amenace, justificado bajo el principio de su sobrevivencia, como cualquier otro cuerpo vivo. Las democracias occidentales no son ajenas a este principio, y aunque les cueste asumir que no se distinguen en ello de la vieja doctrina contrareformista de los sistemas políticos absolutistas, decir que no les importa sobrevivir, no es solamente hipocresía, sino la afirmación de lo que ni el viejo régimen tampoco hacía gala, por lo menos directamente. El principio de sobrevivencia es casi un principio de toda especie e individuo, y no se les puede culpar.
El reto contemporáneo impuesto por el flagelo de la pandemia, nos recuerda el principio básico de la razón de estado, y no es menor su referencia en un contexto de crisis generalizada que puede derivar en el derrumbe de las democracias occidentales. La democracia se ha visto empañada contemporáneamente, por las acusaciones hacia el debilitado neoliberalismo otrora invicto. El predominio del orden mundial al fin de la guerra fría, prácticamente dejó sin rival a una ideología fundamentada en el predominio de los intereses privados sobre los públicos. El debilitamiento del estado- nación, a costa del empoderamiento corporativo, a la manera de los gremios medievales, edificó un gigantismo empresarial que no se tradujo, por lo menos en México, ni en la solidificación de una justicia salarial efectiva, ni el acceso a recursos básicos tan importantes como la educación o la salud, que si algo las ha caracterizado en pos de la mercantilización de recursos fundamentales para la vida humana, es una tecnificación deshumanizada cultivada en las universidades, y una pauperización de los sistemas de salud. En pos de los intereses privados la polución del salario, la educación y la salud son herencia neoliberal.
La condena a un neoliberalismo triunfante es prácticamente unánime, y si algo le clavó su espada justiciera, fue la pandemia de Covid-19, pues expuso la gran debilidad del sistema económico imperante: sin clientes, las corporaciones mueren como cualquier otro cuerpo. La exposición, con consecuencias dramáticas para los intereses privados, no son menos que las provocadas a los gobiernos: si no encuentran una cura a la enfermedad, una crisis política puede desatarse, dañando la legitimidad del sistema completo, inmerso en una crisis económica desproporcionada.
La noticia de que el gobierno mexicano, en colaboración con el gobierno argentino, y gracias al apoyo financiero de la Fundación Carlos Slim, elaborarán para América Latina, la vacuna oxfordsiana contra el Covid-19, garantizando el acceso subcontinental –salvo Brasil, con su propio acuerdo-. Es un golpe maestro que nos recuerda el principio de la razón de estado, pues ante lo crónico de los errores de la 4T, esta puede ser su reivindicación.