Por Luis Monteagudo
A lo largo de los tiempos, las instituciones castrenses han sido pilares irremplazables de sus respectivas sociedades, por resguardar la integridad nacional, a veces a costos tan altos, que el mito se funde con la historia, y el heroísmo se presenta para dar cuerpo a la narrativa de las sociedades.
No se nos olvide la heroicidad sorprendente del ejército mexicano. Durante la denominada batalla de “La Angostura”, una sorprendente carga de miles de dragones mexicanos, barre en 1847 uno de los brazos –el terrestre- de la inicua invasión yanke, que penetraba impunemente por el norte de un país extenuado por sus conflictos, empobrecido y mancillado por sus propios gobernantes. Durante la carga de dragones mexicanos, en nada inferior a aquella más famosa de la caballería ligera británica en Sebastopol, durante la Guerra de Crimea, se contuvo con contundencia a un enemigo que no espera a que las armas de un país devastado, gracias a sus propios soldados, los arrasaran de la forma que lo hicieron.
Durante la “Batalla de Lomas de Padierna”, la artillería mexicana, situada con ventaja en la altura de los montes, bombardeó las filas del invasor que se aproximaba triunfal a la capital del imperio de los sueños rotos, para “bañarse en los jardines de Moctezuma”, pero se tocó retirada. En ambas ocasiones, por órdenes superiores, la tropa fue obligada a humillarse. En ambas ocasiones donde se hubiera podido contener semejante latrocinio, los mandos se entregaron a la torpeza de sus decisiones, o a una franca traición que hasta el día de hoy suscita especulaciones.
Es importante valorar los hechos de las tropas y no embarrarlos de las inverosimilitudes y traiciones de sus superiores. La labor del ejército es incólume pese a desgraciados atentados a su nombre, que terminan por ser desgracias para la tierra a la que no se les puede negar por justicia que tanto aman. Un ejército contemporáneo que moviliza sus recursos en algún territorio azotado por la tragedia. Vemos a esa tropa, esa misma cuyos antepasados se batieron cara a cara con imperios, trabajar con todas sus fuerzas, rescatando personas y propiedades; custodiando el patrimonio de víctimas, reconstruyendo caminos, restableciendo zonas habitacionales y comerciales. Ese mismo ejército que obedece a las sempiternas autoridades para detener delincuentes cuyas garras corruptoras se extienden hasta donde el poder del dinero lo permite.
Las autoridades nacionales que procuran hacer la labor que debería corresponder a un vecino atestado de drogadictos, no pueden evitar el incremento del consumo de estupefacientes del ingrato vecino, que deja pudrirse a su propia población enferma, mientras venden las armas con las que los mexicanos se matan unos a otros. Las fuerzas armadas han estado allí y se baten en duelo. No generalicen sus juicios reprochantes sobre ellas.