A Héctor Fix-Fierro, que ya vibra en la frecuencia que nos espera a todos.
A la hora de escribir este artículo, el gobierno de México ha anunciado que la cifra de muertos con motivo del Covid-19 es de 9044 personas.
Llama la atención que, a la fecha, no se haya hecho un homenaje o memorial público por parte de las autoridades de los diferentes niveles de gobierno, a las víctimas mexicanas de la pandemia. Sólo se actualiza el número de decesos adjetivándolo, cada noche, con un políticamente correcto “lamentables”. Sin embargo, detrás de cada nombre hay familias, decenas de miles de personas dolientes, historias vividas y, lo más importante, historias truncadas, historias por vivir. Me parece que es una obligación de los gobiernos ayudar, a los deudos a paliar su pérdida y, a la sociedad en su conjunto, a compensar su partida innecesaria antes de tiempo.
Resulta bastante indecoroso que los funcionarios públicos, tratando de dorarle la píldora a la población, machaquen una y otra vez, lo mal que estaríamos si no se hubieran tomado las medidas de mitigación que, ahora sí, empezarán a aflojarse oficialmente a partir del próximo lunes 1 de junio. Es indecoroso decir que no estamos mal, que vamos muy bien.
La elección narrativa me parece inadecuada, pues no se trata de celebrar que la gran mayoría se ha salvado gracias a la “oportuna” intervención del gobierno y, mucho menos, decir que somos afortunados porque sólo 9044 personas han perdido la vida. ¿Cuántas de entre las que se han perdido, se habrían salvado si hubiéramos iniciado la cuarentena una semana antes o si se hubieran tomado medidas más claras y contundentes en autopistas, aeropuertos, mercados? ¿Cuántas si se hubieran explicado, con más antelación, los riesgos de festejar el sacrosanto día de las madres, por ejemplo? ¿Cuántas se habrían salvado si desde el 24 de marzo, el señor subsecretario López-Gatell, a la manera de autoridades sanitarias en países tan diversos como Nueva Zelanda, Corea del Sur, China o la República Checa, hubiera contagiado mediáticamente al país con la urgencia y beneficios (para no contagiar) en el uso del cubrebocas?
El país no está en guerra con nadie y las víctimas de la enfermedad, no murieron como consecuencia del cumplimiento de algún deber. Fueron simple, sencilla y dolorosamente, víctimas, por lo que la pérdida de su vida no puede siquiera entreverse como un tipo beneficio, basado en su desgracia, para la “inmensa mayoría”.
En la misma línea de despropósito ético y comunicacional, se encuentra el querer culpar a las personas fallecidas de su destino aciago por el hecho de tener comorbilidades. Es la versión sanitaria de “nos dejaron al país hecho una desgracia y ni las manos pudimos meter, por lo que no somos responsables de nada”.
Culpar a la persona fallecida de su suerte por su dieta, por su estilo de vida, por sus hábitos alimenticios, por su pobreza o ignorancia, es escupir encima de su memoria sin llamar a cuentas a todos los gobiernos que han permitido que las empresas fabricantes de bebidas dañinas y de comida chatarra, así como las que han bombardeado por generaciones con anuncios y comerciales dolosos a la población, sean liberadas de toda culpa, alegando que es la gente que no tiene qué comer, con poca educación y expoliada por prestamistas bancarios y financieros inescrupulosos, en donde debe buscarse a los verdaderos culpables. El discursito es, simplemente, inhumano.
Si detrás de cada muerte hay una historia truncada, detrás de cada muerte también hay una historia de responsabilidades, omisiones y negligencias que debemos conocer para poder llamar a cuentas a las personas que resulten responsables en un futuro que no sea muy lejano. Eso es justicia.